Leyendo a Juan Eduardo Martínez Leyva descubro que los mitos de Narciso y Eco se entrecruzan. Y claro, después de que alguien lo devala, parece obvio, natural (Mitos clásicos y sueños públicos. Cal y Arena).

Narciso, como se sabe, se enamoró de su propia imagen. Cuando para refrescarse y tomar un poco de agua “se acercó a un tranquilo y transparente manantial”, vio su rostro reflejado y quedó prendado de sí mismo; cautivado por su belleza presuntamente inigualable.

Eco, por su parte, “pertenecía a un grupo de ninfas… desdeñaba las pretensiones amorosas del dios Pan. Un día fue forzada y violada por Pan… En una versión… Pan, irritado por los rechazos de la ninfa, hizo que los pastores, enloquecidos, descuartizaran a Eco y esparcieran sus miembros en el campo. La Madre Tierra, compasiva, recogió y sepultó sus partes en diferentes lugares… La ninfa solamente atina a repetir desde el más allá las dos o tres palabras finales de cada frase que escucha (Ángel María Garibay)”. Se convirtió en un ser invisible condenado “a repetir siempre las palabras de los demás”.

Dos seres mitológicos, piénselo por un momento, necesitados uno del otro. “La propia Eco cuando vio a Narciso por primera vez se apasionó por el joven y lo siguió a hurtadillas… Narciso presintió que alguien estaba cerca y se estableció entonces el diálogo imposible… Él preguntó: ‘¿Hay alguien aquí?’ Y ella respondió ‘¿Hay alguien aquí?’ …”. Uno habla, pregunta, afirma; la otra solo repite.

La psicología, nos dice Martínez Leyva, “ha acuñado el término Trastorno de Personalidad Narcisista para referirse a una afección mental, en la que el individuo… tiene un sentido exagerado del valor de su persona”. Se trata de un “egocentrismo exacerbado. Necesitan y reclaman demasiada atención… (tienen) una necesidad frecuente de recibir elogios y admiración de los demás. Son intolerantes a la crítica y muestran siempre un aire de superioridad moral. Están seguros de que nunca se equivocan por lo que son incapaces de reconocer errores, corregir y ofrecer disculpas”.

Piense en algún presidente cercano, muy cercano, y a lo mejor encuentra un ejemplo inmejorable. Pero la fábula no estaría completa sin Eco. El líder narcisista requiere ser reconocido y reverenciado, adulado y seguido. Y por ello demanda a Eco. Como bien apunta Martínez Leyva, sin ese coro que repite de manera maquinal los dichos y las frases de Narciso, el daño de este último sería mínimo y quizá inexistente. “El líder narcisista se convierte en un problema para la sociedad cuando la mayoría de la población es seducida por su imagen y hace eco de sus consignas y manías. Cuando reproduce, como caja de resonancia, sus delirios, celos y hostilidades. Cuando se renuncia a la crítica o a pronunciar ideas propias, el diálogo se torna imposible… Detrás de un Narciso siempre habrá un Eco”.

La defensa de la reforma judicial que pretende el presidente (y no solo en este caso), ha desencadenado un nutrido batallón de ecos. Una constelación de voces, que se alimentan entre ellas, y que solo reiteran lo que el líder sentenció. Una retahíla de frases idénticas que repetidas hasta el exceso han saturado el espacio público y el de los órganos legislativos que presuntamente deberían estar vacunados contra las pretensiones de Narciso y las ansias de convertirlos en simples y elementales ecos.

Me temo que las relaciones entre Narciso y sus ecos están inaugurando una larga noche.

Profesor de la UNAM


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