La novela Los colores del incendio, de Pierre Lemaitre inicia con los funerales de Marcel Péricourt. Banquero destacado, inmensamente rico, importante, reúne a la élite de Francia. Estamos en 1927 en París. Llegan “embajadores, parlamentarios, generales y delegaciones extranjeras”. El presidente anuncia su presencia y eso demanda reajustar las rutinas de seguridad y los protocolos para atender a cada quien según su rango. “El jefe de Estado era una especie de barco pesquero permanentemente seguido por nubes de pájaros que se alimentaban de su movimiento”.
Me parece una analogía elocuente. Mientras en el barco se realizan las tareas para alcanzar la mayor pesca posible, en torno a él revolotean parvadas de aves que son las segundas, terceras o cuartas beneficiarias de la labor de la tripulación. Se acercan porque saben que ahí hay alimento al que pueden acceder con facilidad. Para quienes hemos observado eso desde la playa o desde otra embarcación, se trata de una imagen encantadora: docenas, centenas, quizá miles de pájaros volando en torno a la barca y de repente clavándose para obtener su respectivo botín.
No obstante, tarde o temprano el barco termina su labor y vuelve al muelle. Cuando la travesía concluye, e independientemente de si los esfuerzos resultaron fructíferos o no, esas parvadas toman por otros rumbos. Abandonan al barco porque él y sus navegantes ya no pueden ofrecerles nada. Un nuevo barco pesquero zarpará y usted puede apostar que el fenómeno se repetirá. Es cíclico y contundente y no debe esperarse nada nuevo.
No sé si jalo mucho la cobija, pero me parece que la semejanza con lo que ocurre en la política, tal y como lo observa el narrador de Los colores del incendio, es bastante exacta. Mientras el barco va navegando y pescando una estela de pajarracos danzan en torno suyo. Quizá algunos lo hagan por convicción, pero (creo) muchos más por interés, porque algo sacan de ese revoloteo. El espectáculo es expresivo no sólo de los afanes de las aves, sino también de los humanos en busca de “alimento”. La primera vez que se le observa resulta interesante, incluso seductor; no obstante, su repetición cansina nos coloca frente a un fenómeno que parece natural, previsible e imposible de conjurar.
El barco capitaneado por nuestro actual presidente se encuentra en la fase de regreso al puerto. Más del 90 por ciento de su tiempo ha transcurrido. En torno a la embarcación siguen revoloteando pájaros de muy diferente catadura. Es más, parece haber de todo: de izquierda y derecha, trabajadores y los que no dan golpe, honrados y corruptos, convencidos y oportunistas. Es un fenómeno, digamos, natural. Toda nave pesquera produce su propia estela de acompañamiento. Es parte de la naturaleza de la cosa.
De seguro habrá un barco de relevo. Y de seguro una nueva o renovada nube de aves bailarán en torno suyo. No se requiere ser Nostradamus para prever eso. Un niño lo sabe. Las preguntas son otras. ¿El barco será de la misma compañía o de otra diferente? Y si es de la misma, ¿qué parte de la tripulación repetirá y cual será desechada? ¿Las parvadas en torno a la nueva embarcación serán similares a las anteriores o tendrán modificaciones significativas? Porque una cosa es indudable: la capacidad de atracción del nuevo barco pesquero será grande y los pajarracos dispuestos a bailar en torno a él volverán a incrementarse. En esa materia no creo en las sorpresas.