Solía decirse “no se puede caer más bajo” o “tocamos fondo”. Y el inolvidable Carlos Pereyra corregía: siempre se puede caer más bajo y el fondo no existe, se trata de una metáfora de los optimistas. Son fórmulas que consuelan momentáneamente, sedantes para activar un poco el ánimo, ganas de decirnos a nosotros mismos: no podemos ya estar peor. Pero, por desgracia, Pereyra tenía razón: siempre las cosas pueden ir a peor, sobre todo si no hay algo que las detenga.
La resolución de la Junta de Honor del Sistema Nacional de Investigadores, ratificada por el Consejo General de ese Sistema, en torno a la denuncia sobre los plagios realizados por el fiscal Gertz Manero podría estar en una antología del cretinismo y la sumisión. Resolvieron luego de más de 4 meses (y vale la pena transcribirla en extenso porque no tiene desperdicio): “Desechar la queja presentada en contra del Dr. Alejandro Gertz Manero… en virtud que, ninguno de los quejosos es autor o demuestra contar con los derechos de propiedad de las obras presuntamente plagiadas, por lo que no hay interés directo en la verificación o rectificación de las obras señaladas”.
Vuélvase a leer por favor. No entraron siquiera a evaluar la acusación porque afirman que solo pueden denunciar un plagio el autor original o quien detente los “derechos de propiedad de la obra”. Sin duda se trata de una invención que abre una nueva época en el quehacer intelectual. Uno se puede apropiar de la obra de otros siempre y cuando estén muertos o los derechos de sus obras sean del dominio público. Y eso lo acuña una llamada Junta de Honor y lo asume el Consejo General. Honor, dice el diccionario es una “cualidad moral que impulsa a una persona a actuar rectamente, cumpliendo su deber y de acuerdo con la moral”. Pues con la novedad que esa Junta es ahora la de deshonor. En el futuro inmediato no será extraño escuchar un diálogo como el siguiente:
-Ahora sí voy a poder entrar al Sistema Nacional de Investigadores.
-¿Y eso?
-Es que Conacyt ya dejó de ser una institución fifí, conservadora y clausurada por la mafia en el poder.
-¿De verdad?
-Sí, ahora es el Conacyt de la Cuatro Te.
-Ahh. ¿Y qué vas a presentar? Hace mucho que dejaste de estudiar para dedicarte a la venta de autos.
-Sí, pero ya poseo la fórmula. Tengo que ostentar obras eruditas, sugerentes, pedagógicas, con las cuales los dictaminadores queden fascinados. Voy a presentar Historia del siglo XX, de Eric Hobsbawm; Pensadores rusos de Isaiah Berlín y Estado, gobierno y sociedad, de Norberto Bobbio, pero con mi nombre.
-No mames. Eso se llama plagio.
-No. Así se le denominaba antes. En el Conacyt de la Cuatro Te se acuñó una tesis ultrarrevolucionaria: los únicos que te pueden acusar de plagio son los autores plagiados (o quienes tengan los derechos de la obra) y si estos ya murieron ya la hiciste, porque ningún otro te puede reclamar.
Ni en mis peores pesadillas imaginé siquiera que se podría llegar a esos extremos. Unos oligofrénicos deshonestos conduciendo la red de investigadores más relevante del país.