Enrique Florescano recibió el Premio Alfonso Reyes que otorga El Colegio de México. Caray, una buena noticia. Reconocimiento merecido a un historiador y animador cultural de excepción. Un hombre sabio que ha creído en la necesidad de irradiar conocimiento para enriquecer nuestra convivencia y conversación. Florescano es un estudioso que ha intentado —y logrado— trascender los límites naturales de la academia para difundir los saberes de vanguardia que emergen de los centros de educación superior.
Si mi memoria no falla (es demasiado suponer), el primer contacto con la obra de Florescano fue cuando algún maestro en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales nos mandó a leer “Precios del maíz y crisis agrícolas en México en el siglo XVIII” (1969). Eran los años setenta y fue encontrarse con una fórmula novedosa de comprender la historia. Una recuperación de procesos y quiebres sociales que arrojaban una luz nueva sobre el pasado. Luego, lo redescubrí como director fundador de Nexos (1978), un proyecto editorial que ofrecía (y ofrece) textos literarios y políticos y sobre ciencia, historia, economía, disciplinas sociales, música, poesía, que no solamente abría el campo de visión del lector, sino que ponía en sus manos enfoque, temas y autores enterados y sugerentes. Recuerdo la aparición del libro México, hoy (Siglo XXI. 1979), coordinado por Florescano y Pablo González Casanova, que reunía ensayos varios y ofrecía una especie de caleidoscopio sobre la economía, la sociedad y la política y que se volvió un referente obligado en el debate de aquellos años.
Si uno quisiera transcribir su bibliografía y los libros colectivos que ha impulsado o coordinado no bastaría el espacio de esta nota. Ha recreado mitos; reconstruido las fórmulas diversas de acercamiento a nuestro pasado a través de los siglos; ha explicado la construcción en el tiempo de los símbolos nacionales; la función social, el por qué y el para qué, de la historia; las relaciones del Estado con las etnias; los orígenes del poder en Mesoamérica y no sigo. Y sobre su vocación como promotor de obras colectivas al bote pronto recuerdo la Historia ilustrada de México o Mitos mexicanos, entre decenas (sin exagerar), en las que reunió a personas de muy diversas disciplinas y edades. Porque Florescano ha sido impulsor decidido de los jóvenes, cuyas obras, no solo aprecia sino promueve.
Conversador erudito y divertido, compartir la mesa con él es un festín de sabiduría y gozo. Refractario a la solemnidad imparte “clase” como quien ve llover, sin mayor esfuerzo, al tiempo que alimenta la plática con anécdotas e historias filtradas por una suave ironía. Es un hombre bondadoso, generoso, que estimula a otros a seguir con sus tareas, las valora y les ofrece un cauce para su publicación o difusión.
En temporadas aciagas, en las cuales se pretende suplantar al conocimiento y la razón por ocurrencias, dogmas y sinrazones, la obra de Florescano es un ejemplo de lucidez, trabajo sistemático, apertura y aprecio por el trabajo intelectual.
¿Por qué no me extraña que ahora, en una entrevista publicada en La Crónica (9-XII-21), anuncie que su siguiente “aventura será trasladar lo que sabe y ha estudiado a la televisión e Internet…”? Porque es una persona que nunca para, siempre está ideando proyectos, e invariablemente quiere tender puentes para la difusión de los saberes. Es un hombre admirable y querible, que ha cumplido, con creces, su labor. Ahí están sus obras.
Profesor de la UNAM