“Ya acabó la emergencia en Acapulco y zonas aledañas” fue el dictado del gobierno que, por supuesto, no finalizó la situación de emergencia, pero si creó una “realidad alternativa”. No es la primera vez. Al presidente le gustan ese tipo de exorcismos: “ya no hay corrupción”, “se acabó el huachicol”, “el neoliberalismo no existe más”. Fórmulas que no modifican eso que llamamos realidad, pero eso sí, construye una percepción (entre algunos) que actúa como sedante.
Y al parecer es un recurso que se extiende por contagio. Ahora, Mario Delgado ha pontificado que en Morena no existen corrientes. Como si fueran magos desaparecen pañuelos y aparecen palomas. Y como con los viejos trucos, hay quien les cree. Es posible que las corrientes no existan formalizadas, que no aparezcan con sus dirigencias reconocidas, jerarquías estables, órganos de expresión propios y sígale usted, pero de que las hay no debiera haber duda. Son parte connatural de cualquier organización viva que no sea un ejército. Cuando se enfrentaron por las candidaturas García Harfuch y Brugada o Ebrard y Sheinbaum, se conformaron corrientes. Eso sí, altamente personalistas, quizá volátiles, inestables, pero naturales porque los partidos son como embudos, muchos son los llamados y pocos los elegidos.
Esas disputas, imagino, resultan cruciales para los involucrados. Se juegan su futuro, por lo menos el político. Pero dado que se trata de corrientes pragmáticas (con un perfil político difuso) que ofrecen cauce a ambiciones muy diversas, son conflictos que uno ve con distancia. Las preguntas que (me) resultan más pertinentes es intentar discernir ¿qué cobija Morena?, ¿qué es ese partido?, ¿cómo se mantiene unido? Y las respuestas siguientes son apenas tanteos.
Morena es una muy amplia y exitosa coalición forjada por Andrés Manuel López Obrador como plataforma para su lanzamiento como candidato presidencial. Succionó a la parte mayoritaria del PRD y no puso obstáculo alguno para que se sumaran personas y organizaciones de muy diferente trayectoria, ideología e intereses. Ahí encontraron cobijo expriistas, expanistas, políticos de larga data y novatos, con experiencia en la gestión pública y simples ambiciosos. No hubo filtro alguno porque de lo que se trataba era de sumar. Sólo hubo una condición implícita: el liderazgo de AMLO resultaba indiscutido y su voluntad debía primar sobre cualquier otra consideración. En contrapartida, para mantenerse adscrito a esa amplísima coalición se requería una disciplina perruna. Y funcionó.
Un ideario brumoso, que puede transformarse al gusto del líder, fue capaz de arropar a todo tipo de apetitos y personas. Ver la lista de los gobernadores de Morena o sus diputados, senadores, presidentes municipales, ilustra lo anterior. Encontrarán de tutti frutti. Entre sus cuadros dirigentes coexisten personas de derecha e izquierda (si todavía dicen algo esas nociones), portadoras de esquemas ideológicos o carentes de ellos, alfabetizados y analfabetas, honrados y corruptos, sectarios y pragmáticos. La corriente mayoritaria, por supuesto, informe, inasible, contradictoria, parece ser la del oportunismo, puesto que el segundo cohesionador de esa coalición, luego de AMLO, es la alta posibilidad de arribar a puestos de elección popular o cargos públicos.
Si lo anterior tiene algunos gramos de verdad, por lo menos una pregunta se abre paso: ¿logrará su eventual sucesora mantener la cohesión de ese magma informe que hoy coagula en Morena?