Se han puesto de moda los eufemismos tratando de no lastimar a las personas. Es una fórmula que suaviza lo que se nombra, porque en muchos casos se piensa, y en efecto así es, que la palabra remplazada resultaba discriminatoria. No es correcto decir “sirvienta” (mucho menos “gata”), se trata de trabajadoras del hogar. Las primeras se emiten desde una supuesta superioridad y se vuelven denigratorias. La tercera intenta rescatar la dignidad de la labor de la persona.
Los eufemismos no son de hoy. Tienen una larga tradición. Hay palabras tabúes en determinados contextos. Por ejemplo, los órganos sexuales resultan innombrables frente a amigos o familiares pudorosos. Para no nombrar la verga se dice pito, miembro, pene, falo y demás. Y la vagina tiene innumerables sustitutos: vulva, concha, coño, panocha, y siga usted. Algunos remplazos resultan incluso más descarnados o “groseros” que la palabra original. Pero en todos los casos el eufemismo es claro y sabemos de lo que estamos hablando.
Lo nuevo ahora es que los eufemismos son utilizados para no agredir a nuestros semejantes. Así, nos dice Alex Grijelmo: “Los “mongólicos” recibieron con esa palabra una designación descriptiva, incluso cariñosa que se tornó perversa. Surgió entonces “subnormales”. Años más tarde se debió sustituir en el lenguaje políticamente correcto por “retrasados o deficientes” … y finalmente por “personas con síndrome de Down” (Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo. Taurus. 2021). Y me parece que en efecto esa fórmula edulcorante tiene sentido porque toda persona merece un trato respetuoso.
Sin embargo, el asunto se ha llevado muy lejos. No creo que nadie haya pronunciado “ciego” para agredir y que “viejo”, si no se le acompañaba de un adjetivo denigratorio, no resultaba una expresión vejatoria. Pero ahora, al parecer, debemos decir “invidente” y “persona de la tercera edad”. Tengo por lo menos dos muy buenos amigos a los que les decimos “negro” o “negrito”. Se trata de una forma cariñosa de trato, pero por supuesto me hago cargo que en algunos contextos puede ser una ofensa. (Las palabras —salvo los insultos, pero, pensándolo bien, incluso ellos— no pueden evaluarse fuera de su contexto. La misma palabra puede adquirir un sentido distinto dependiendo el momento, tono, intención con que se emita).
Pero bueno, iba en otra dirección: los eufemismos anotados, nos dice Grijelmo, no logran ni quieren esconder lo que se nombran. Tanto el que habla como el que escucha saben bien a que se refieren. No ocultan nada, en algunos casos disminuye la carga emocional de la palabra sustituida, pero en otros la incrementa. En efecto, los hay discriminatorios o insultantes, pero al final esos eufemismos son casi sinónimos.
Pero hay eufemismos que sí esconden lo que no se quiere nombrar. Nadie sale a proclamar: “vamos a correr a los trabajadores”, mejor decir “habrá una reestructuración en la empresa”, al igual que la amiga de la mamá de un niño horrible, le dice: “que simpático chamaco”. Eufemismos que por cobardía o educación o para no tensar gratuitamente las relaciones, se utilizan todos los días con el fin de no nombrar aquello que resulta incómodo.
Bueno, todo el rollo anterior es solo para decir que el eufemismo de la “Cuarta Transformación” lo que oculta es una regresión en materia política, un intento de vuelta al hiperpresidencialismo, un proyecto autoritario. Aunque, pensándolo mejor, tal vez no lo oculta.