El jueves 15 de octubre, en su plática mañanera, el presidente desplegó un cuadro para ilustrar que muchos comentaristas y caricaturistas lo critican. Se podían leer los nombres de los autores, el número de sus notas y si las mismas eran negativas, neutras o positivas. Ello para “demostrar” que lograba más menciones negativas que sus dos antecesores. El recurso lo utiliza para presentarse como víctima, pero el razonamiento resulta curioso (por decir lo menos) y ejemplifica el típico comportamiento de la personalidad impermeable a los dichos de los otros.
Me recordó aquel manido chiste en el que un borracho va en su auto en sentido contrario en pleno periférico. Prende el radio y escucha a un locutor alertar que una persona maneja en zigzag y a contra flujo en una de las principales arterias de la ciudad. Y la reacción del borrachín no es otra que la de gritar: “¿Una persona?, si son miles”.
El ebrio está convencido que va en el sentido correcto. Y la evidencia de que los otros transitan en sentido contario nada le dice. Es impenetrable, hermético, a las realidades que no entran en su pequeño radar. Su verdad es La Verdad y el comportamiento de los otros es medido por él con el único instrumento que valora: su propia opinión.
Demos por bueno el cuadro que presentó el presidente. Se trata de un gran número de artículos críticos. Seguro abordan diferentes temas, sus énfasis son distintos, sus razonamientos singulares y sus evidencias disímiles. Algunos pueden ser contundentes y otros confusos, muchos serios y los demás frívolos, los habrá fundados y otros no rebasarán la simple ocurrencia. Pero, convengamos: todos los que el presidente dice que son críticos lo son. Alguien menos fascinado por sus propias políticas se preguntaría no por el número ni por los nombres ni por la frecuencia, sino por los argumentos que presentan, porque a lo mejor algo de razón les asiste (por lo menos a algunos).
Pero no. Dado que el presidente tiene la verdad en un puño, dado que no admite enfoques alternativos, porque él encarna la voluntad popular, todas las críticas no son más que siniestras, contrarias al Bien que él encarna y seguramente corruptas y corruptoras. Es ese resorte el que preocupa y mucho. La incapacidad absoluta para escuchar y valorar los puntos de vista, intereses, argumentos y evidencias de los no alineados con su voluntad. Él es el metro de la verdad, lo correcto, lo auténtico, lo popular, y sus críticos encarnan de manera rotuna a sus antónimos. Por ello puede exhibir a sus críticos con una mano en la cintura y pretender descalificarlos sin necesidad de atender sus razonamientos e iniciativas. Se trata de un conjunto indiferenciado —y cualquiera que los haya leído se dará cuenta de la diversidad de opiniones— unidos solamente porque son críticos de él y sus políticas. Por ello puede meterlos en un mismo saco y “denunciarlos” como si ser opositores o críticos fuera una infracción.
Es un rasgo típico de autócrata. Creerse la encarnación de la Virtud y no soportar que alguien se atreva a contradecirlo. México es su pluralidad y en ella radica su riqueza. Saber vivir y convivir con ella debería ser la primera cualidad de un dirigente democrático. Y si ello le está vedado, por lo menos atender a la añeja conseja que repetía mi abuela: “si tres te dicen que estás borracho, vete a dormir”. O si es mucho pedir, por lo menos escucharlos, porque a lo mejor tienen algo de razón.