Una de las peores conductas que se pueden observar, y/o resentir, es la de una persona poderosa que difama, persigue, amenaza. El presidente ni siquiera parece darse cuenta del abuso en que incurre cada vez que descalifica a alguien. No asume que existe una relación asimétrica de poder entre él —presidente de la República— y los ciudadanos a los que alude; que sus dichos, la mayor de las veces sin prueba alguna, constituyen un abuso de poder.

A lo largo de toda su gestión lo ha hecho en contra de personas, organizaciones, instituciones y súmele usted. Se ha convertido en una rutina. No es excepcional sino parte del repertorio diario de descalificaciones instantáneas y la espiral parece incremental. Viniendo del titular del Ejecutivo se trata de lenguaje amenazante y por ello debería preocupar a todos, incluyendo a sus propios seguidores.

Muchos lo han señalado y con razón: no debemos normalizar esa arbitrariedad (que, por cierto, nada tiene que ver con la libertad de expresión a la que alude el presidente). Esos dichos pueden tener derivaciones peligrosas porque nunca falta un obsequioso que puede entender las palabras de López Obrador como una licencia para actuar. Pero no se requiere pensar en los extremos en los que pueden desembocar las palabras presidenciales, porque desde ya tienen el efecto de contribuir a la construcción de un clima viciado, ominoso.

En nueve “mañaneras” consecutivas el presidente agredió a Xóchitl Gálvez, una ciudadana que aspira a ser candidata a la Presidencia. Y parece que eso ha desatado la furia de quien debería ver las contiendas electorales como un expediente virtuoso, del que él mismo fue beneficiario. El miércoles 12 de julio la acusó de haberse beneficiado de contratos con gobiernos y amagó con investigarla. Por supuesto que ningún funcionario, exfuncionario o ciudadano del común tiene fuero y cualquiera debe rendir cuentas si es el caso. Pero en este asunto, no hay denuncia alguna y si el presidente tiene indicios firmes o pruebas debería interponer una acusación ante la Fiscalía; porque, lo que le está vedado, legalmente, es prender el ventilador y lanzar imputaciones de manera silvestre e irresponsable.

Ante los reiterados ataques, la senadora acudió al INE acusando al presidente por actos anticipados de campaña (podría hacerlo también ante la Fiscalía por calumnias, pero conociendo los antecedentes en el actuar del fiscal …). La Comisión de Quejas y Denuncias del Instituto, el 13 de julio, declaró medidas cautelares para tratar de contener el aluvión retórico del presidente. Declaró “procedente ordenar el retiro parcial de las conferencias matutinas de las fechas 3, 4, 5 y 7 de julio de 2023… así como la conferencia de fecha 11 de julio… pues se advierten manifestaciones que podrían derivar en una afectación de los principios de imparcialidad y neutralidad… puesto que el presidente de la República hizo pronunciamientos expresos sobre procesos internos de partidos políticos y posibles aspirantes…”.

Como era de esperarse, dados los antecedentes, al día siguiente el presidente arremetió contra el INE y como dijo, “no me han notificado”, volvió a la carga contra la senadora, ahora aumentando la apuesta, violando la ley, y dando a conocer “información” reservada.

En esas estaba cuando me topé con la siguiente frase de Susan Sontag en sus diarios en Sarajevo (sitiado): “Una vez que empiezas a hacer el mal no ves razón para detenerte”. (Obra imprescindible).

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