Con mi reconocimiento a la labor del Dr. José Sarukhán
México es un país abismalmente desigual en términos económicos y sociales y ello impacta todas las fórmulas de nuestra convivencia. Es un problema y un reto en sí mismo, pero además modela una sociedad con un déficit de cohesión social, generadora de relaciones sociales tensas y conflictivas. Nuestro cambio democratizador no se acompañó de la atención que merecía la cuestión social, y ahora —más allá de lo que se diga desde el gobierno— no existen políticas eficaces para atender esa fractura social.
Circula en México el libro de Thomas Piketty, Una breve historia de la igualdad (Ariel. 2022), que en la introducción dice algo como lo siguiente: es mucho más fácil poner el dedo en la llaga de la desigualdad que construir fórmulas eficientes para revertirla y generar igualdad. Me sonó cercano.
Piketty señala: 1) “La desigualdad es ante todo una construcción social, histórica y política” ligada a múltiples variables que van desde el régimen de propiedad hasta el sistema educativo, del régimen fiscal a la división internacional del trabajo. 2) “Desde finales del siglo XVIII, existe una tendencia a largo plazo hacia la igualdad”. Ha sido acicateada por luchas y revueltas que han producido “nuevas instituciones, nuevas reglas sociales, económicas y políticas” y 3) “Las luchas y la redefinición de los equilibrios de poder no son suficientes… Aunque es fácil denunciar el carácter desigualitario y opresor de las instituciones y gobiernos existentes, es más complejo acordar instituciones alternativas que permitan avanzar hacia la igualdad…, respetando los derechos individuales y el derecho a la diferencia”.
No basta la buena voluntad, ni la autoproclamación como representantes del pueblo, ni anatemizar a los otros, para construir igualdad. “La tarea no es imposible —escribe Piketty—, pero requiere aceptar la deliberación, la confrontación de opiniones, la descentralización, las cesiones y la experimentación”. Dado que las sociedades no son ejércitos (cuya disciplina es connatural a su función), son necesarios los circuitos de intercambio para aprender de otras experiencias y generar políticas eficientes.
Los temas son múltiples y variados y se encuentran interconectados, pero cada uno requiere de conocimiento y de mecanismos para evaluar su impacto. Piketty escribe sobre diferentes dispositivos institucionales que pueden coadyuvar a la construcción de igualdad. Solo enuncio algunos: igualdad jurídica y acceso a la justicia; sufragio universal; educación gratuita; seguro de enfermedad universal; fiscalidad progresiva; derechos sindicales. Se trata —dice— de mecanismos que reclaman una perpetua redefinición. “Todos adolecen de múltiples deficiencias y deben ser constantemente repensados, complementados o sustituidos”. Se trata de políticas que pueden ser pertinentes pero que no son varitas mágicas. Deben ser conjugadas con estudio, deliberación, evaluación, en las que deben participar diferentes actores sociales.
Todo lo contrario a la improvisación, el monólogo y el “ahí se va”. Se trataría de que la voluntad sea acompañada de compromisos, acuerdos, de un horizonte compartido para edificar condiciones de igualdad. Creer que un sujeto político porta de manera inmanente un proyecto igualitario que no requiere de ser traducido a instituciones, normas y procedimientos reguladores de la vida social, es no haber entendido nada de la experiencia humana. Se puede enunciar de manera más sencilla: “querer no es poder, hay que saber”.
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