El senador Joe McCarthy tiene el muy dudoso mérito de haber dado nombre a una negra etapa de persecución política en los Estados Unidos: el macartismo. En el marco de la Guerra Fría se desató una auténtica cacería de brujas contra actores y directores de Hollywood que se extendió a funcionarios del Estado y desembocó en denuncias que incluyeron a militares.
Quien haya visto la película Oppenheimer y mejor aún quien haya leído la biografía en la que está basada (Prometeo americano, de Bird y Sherwin), sabrá el radical cambio que se produjo en los Estados Unidos entre los años treinta y primeros cuarenta y los años cincuenta. En los primeros el ambiente político y cultural fue favorable al apoyo a la república española contra el levantamiento militar encabezado por Franco y durante la Segunda Guerra, la alianza entre norteamericanos y soviéticos contra las potencias del Eje, hizo que la izquierda ocupara un lugar respetable incluso en el establishment de los Estados Unidos. La situación dio un vuelco radical con el inicio de la Guerra Fría: conflicto bipolar en el que las dos superpotencias deseaban alinear al resto del mundo. Y el Comité sobre Actividades Antiamericanas del Congreso intentó detectar y perseguir la “penetración comunista”.
Las comparecencias ante dicha Comisión pueden dividirse entre aquellos que decidieron cooperar y dar nombres y quienes se negaron a responder acogiéndose a la Quinta Enmienda que los protegía de autoincriminarse.
Años de paranoia desatada, caza de reales e inventados agentes soviéticos, seguimiento y acecho contra personas por defender posturas diferentes a las del ánimo chiflado hegemónico. Lillian Hellman bautizó su libro de memorias sobre aquel siniestro periodo como Tiempo de canallas. Ejemplos: Alvah Bessie, Howard Fast y Herbert Biberman (el director de La sal de la tierra) fueron condenados a prisión por desacato, a Charles Chaplin se le impidió regresar a los Estados Unidos por informes del FBI, el compositor Aaron Copland no pudo seguir colaborando en distintas cintas por aparecer en la Lista Negra integrada por aquellos supuestos responsables de actividades subversivas, Jules Dessin tuvo que exilarse en París. (Diccionario de la caza de brujas, de Javier Coma).
Los excesos de McCarthy se incrementaron. Durante las audiencias no sólo se olvidaba de las elementales reglas de cortesía, sino que el dejo grosero, amedrentador y patanesco subía de tono. Se pensó impune y arremetió incluso contra el ejército. La institución armada contrató al abogado Joseph Nye Welch para defender a varios de sus integrantes y el 9 de junio de 1954, el senador arremetió contra uno de los ayudantes de Welch acusándolo de tener relaciones con una organización comunista. El abogado entonces lo interrumpió y le dijo: “Creo que nunca calculé su crueldad o su imprudencia… ¿No tiene sentido de la decencia?”. (Turning point. Netflix).
Decencia, lo que supone no hacer daño gratuito a otros, capacidad de autocontención para tratar a los semejantes con consideración, ser justo, honesto. La sesión estaba siendo trasmitida por televisión. Y la apelación a la decencia fue, al parecer, el punto de quiebre de la carrera de McCarthy. Luego, sus propios compañeros del Senado votaron una moción de censura contra él… con no pocos votos republicanos.
¿Cuánto tiempo se puede tolerar que desde posiciones de poder se difame, descalifique y persiga a individuos por el solo “delito” de no alinearse a los dictados del gobierno?