En memoria de Rodolfo Tuirán, funcionario excepcional.
Una vez más se escuchan voces que en aras de reducir el costo de la institución plantean la supresión de los senadores plurinominales. Lo nuevo es que ahora es desde la bancada de Morena y el Presidente retomó el tema de manera brumosa (porque dijo que hay que disminuir, pero sin suprimir la representatividad). ¿Será desmemoria? ¿o más bien la aplicación de aquel adagio que asevera que no es lo mismo ser borracho que cantinero? Porque, en efecto, no es igual ver el asunto desde la minoría que desde el gobierno o la mayoría. Pero ¿será el criterio de conveniencia coyuntural el que rija o los principios democráticos? Porque el tema central es el de la representatividad, es decir, que las diversas opciones políticas estén incorporadas de manera más o menos proporcional a su número de votos.
Un poco de historia. El Senado fue la Cámara que más se resistió a los vientos del pluralismo. Cuando en 1977, en el marco de la primera reforma política, se modificó la integración de la de Diputados creando el sistema mixto (300 uni y 100 plurinominales), e inyectando una cierta pluralidad, el Senado quedó intocado: 2 senadores por entidad para el partido mayoritario. Por ello en 1982 el PRI obtuvo 64 senadores de 64 en disputa, es decir, el 100% (a pesar de que los partidos de oposición en conjunto tenían alrededor del 30% de los votos).
No fue casual entonces que desde las oposiciones se reclamara la reforma a ese método de integración que beneficiaba a la mayoría. Las elecciones de 1988 develaron el asunto de forma más dramática. Aquellas fueron las primeras elecciones federales competidas de la era moderna y al mismo tiempo las más cuestionadas. Pero incluso con las cifras oficiales la traducción de votos en escaños resultaba adulterada. Con el 51% de los sufragios, el PRI ganó 30 de las 32 entidades, es decir, el 94% de los senadores. Los otros 4 fueron para el FDN que con el 29% de los votos apenas logró el 6% de la representación (ello también se debió a que los partidos del Frente no postularon en todas las entidades candidatos conjuntos).
Fue hasta la reforma de 1993 que el reclamo opositor fue escuchado. Se elegirían 4 senadores por entidad y 3 serían para la mayoría y 1 para la primera minoría. Y en 1996, en la reforma más abarcante, se acordó por todas las fuerzas políticas la fórmula que ha pervivido 23 años: 3 senadores por entidad (2 para la mayoría y uno para la primera minoría) y una lista nacional de 32 repartidos con el criterio de representación proporcional. Esa fórmula sin duda traduce de mejor manera los votos en escaños, pero en efecto tiene una falla. Nadie sabe a qué entidad representan los 32 senadores plurinominales. Porque, aunque hayan nacido o tengan residencia en alguna, sus electores fueron los que conforman al conjunto de la nación.
Por ello no han sido pocos los que han deseado erradicar la lista plurinominal; curiosamente siempre los partidos que están en el gobierno (PAN con Calderón, PRI con Peña Nieto y ahora Morena). Y en algo tienen razón: la fórmula actual de alguna manera deforma la idea original del Senado: que todas las entidades tengan un mismo número de representantes independientemente de su población, riqueza, extensión geográfica.
Pero, se puede erradicar la lista plurinominal siempre y cuando se asuma que las entidades no son monolíticas y que en ellas coexiste también la diversidad política. Y una fórmula de representación proporcional estricta por entidad puede garantizar que todos los estados tengan el mismo número de senadores y que las diversas fuerzas estén debidamente representadas. La fórmula es sencilla: 4 senadores por entidad repartidos según el número de votos que haya logrado cada partido o coalición. Teóricamente se podrían repartir 4-0; 3-1; 2-2; 2-1-1; 1,1,1,1; aunque la primera resulta muy poco probable.
Costó mucho que la diversidad política estuviera representada en los órganos legislativos. Cualquier regresión será eso: un paso hacia tiempos que creíamos superados.
Profesor de la UNAM
Una vez más se escuchan voces que en aras de reducir el costo de la institución plantean la supresión de los senadores plurinominales. Lo nuevo es que ahora es desde la bancada de Morena y el Presidente retomó el tema de manera brumosa (porque dijo que hay que disminuir, pero sin suprimir la representatividad). ¿Será desmemoria? ¿o más bien la aplicación de aquel adagio que asevera que no es lo mismo ser borracho que cantinero? Porque, en efecto, no es igual ver el asunto desde la minoría que desde el gobierno o la mayoría. Pero ¿será el criterio de conveniencia coyuntural el que rija o los principios democráticos? Porque el tema central es el de la representatividad, es decir, que las diversas opciones políticas estén incorporadas de manera más o menos proporcional a su número de votos.
Un poco de historia. El Senado fue la Cámara que más se resistió a los vientos del pluralismo. Cuando en 1977, en el marco de la primera reforma política, se modificó la integración de la de Diputados creando el sistema mixto (300 uni y 100 plurinominales), e inyectando una cierta pluralidad, el Senado quedó intocado: 2 senadores por entidad para el partido mayoritario. Por ello en 1982 el PRI obtuvo 64 senadores de 64 en disputa, es decir, el 100% (a pesar de que los partidos de oposición en conjunto tenían alrededor del 30% de los votos).
No fue casual entonces que desde las oposiciones se reclamara la reforma a ese método de integración que beneficiaba a la mayoría. Las elecciones de 1988 develaron el asunto de forma más dramática. Aquellas fueron las primeras elecciones federales competidas de la era moderna y al mismo tiempo las más cuestionadas. Pero incluso con las cifras oficiales la traducción de votos en escaños resultaba adulterada. Con el 51% de los sufragios, el PRI ganó 30 de las 32 entidades, es decir, el 94% de los senadores. Los otros 4 fueron para el FDN que con el 29% de los votos apenas logró el 6% de la representación (ello también se debió a que los partidos del Frente no postularon en todas las entidades candidatos conjuntos).
Fue hasta la reforma de 1993 que el reclamo opositor fue escuchado. Se elegirían 4 senadores por entidad y 3 serían para la mayoría y 1 para la primera minoría. Y en 1996, en la reforma más abarcante, se acordó por todas las fuerzas políticas la fórmula que ha pervivido 23 años: 3 senadores por entidad (2 para la mayoría y uno para la primera minoría) y una lista nacional de 32 repartidos con el criterio de representación proporcional. Esa fórmula sin duda traduce de mejor manera los votos en escaños, pero en efecto tiene una falla. Nadie sabe a qué entidad representan los 32 senadores plurinominales. Porque, aunque hayan nacido o tengan residencia en alguna, sus electores fueron los que conforman al conjunto de la nación.
Por ello no han sido pocos los que han deseado erradicar la lista plurinominal; curiosamente siempre los partidos que están en el gobierno (PAN con Calderón, PRI con Peña Nieto y ahora Morena). Y en algo tienen razón: la fórmula actual de alguna manera deforma la idea original del Senado: que todas las entidades tengan un mismo número de representantes independientemente de su población, riqueza, extensión geográfica.
Pero, se puede erradicar la lista plurinominal siempre y cuando se asuma que las entidades no son monolíticas y que en ellas coexiste también la diversidad política. Y una fórmula de representación proporcional estricta por entidad puede garantizar que todos los estados tengan el mismo número de senadores y que las diversas fuerzas estén debidamente representadas. La fórmula es sencilla: 4 senadores por entidad repartidos según el número de votos que haya logrado cada partido o coalición. Teóricamente se podrían repartir 4-0; 3-1; 2-2; 2-1-1; 1,1,1,1; aunque la primera resulta muy poco probable.
Costó mucho que la diversidad política estuviera representada en los órganos legislativos. Cualquier regresión será eso: un paso hacia tiempos que creíamos superados.
Profesor de la UNAM