Como de pasada (o quizá no tanto), en su libro Desde dentro (Anagrama, 2021), Martin Amis escribe: “Vivimos… una especie de Contrailustración. Este movimiento, más conocido como 'populismo', atiende y responde supuestamente 'a los intereses y las opiniones de la gente de a pie'. Otro vocablo que se le podría atribuir es 'antielitismo'. La gente de a pie sabe lo que le conviene; las multitudes son sabias. 'Me encanta la gente con pocos estudios —dijo Trump en una concentración—, en el fondo somos nosotros los listos'.”

Vale la pena leerlo con atención. La Contrailustración es un movimiento que como su nombre indica se opone a lo que genéricamente se denominó la Ilustración. Una corriente que quiso poner en el centro de las elaboraciones humanas a la razón y el conocimiento. Se trataba (siglo XVIII) de trascender las verdades reveladas y los dogmas derivados de las religiones y las supercherías y engañifas que, sin sustento alguno, modelaban las conciencias de la época. Era necesario asumir las lecciones de la ciencia e intentar inyectarlas en los “mapas mentales” (diría Lechner) de los más; de irradiar las “luces” del conocimiento para “liberar” al ser humano de atavismos y tonterías que le impedían su cabal desarrollo.

Pues bien, Amis dice y con razón, que vivimos una potente ola en sentido contrario y que ella es el nutriente de eso que denominamos populismo. Una expresión política que prescinde del conocimiento y la razón para expresar “supuestamente los intereses y opiniones de la gente de a pie”, es decir, el sentido común instalado. No es entonces una política como la que hemos conocido hasta ahora, que asumía que era necesario intentar elevar el nivel de comprensión de los ciudadanos, sino que mimetizándose al mínimo común denominador instalado en la sociedad, se alimenta de él y lo reproduce. Recordemos, porque al parecer hace falta, que durante décadas (siglos), izquierdas y derechas de matriz ilustrada, intentaron apoyarse en los conocimientos certificados de la época para delinear sus propuestas y políticas. Hoy, al parecer, al populismo eso le estorba y se apoya, expresa y explota todo tipo de emociones que puedan robustecer su poder. Para lo cual la razón puede resultar un estorbo.

Ese resorte “antielitista” no solo ni necesariamente se dirige a las élites económicas, sino a todas. Y como —ni modo— el conocimiento no está repartido con equidad, como en los diferentes campos existen jerarquías y capacidades distintas, como en toda área del saber existe una vanguardia, el antielitismo ciego se convierte en un movimiento anti intelectual. La frase de Trump, sin duda para halagar a su público, no solo genera un toque de orgullo por la ignorancia sino un agrio desprecio contra los que saben.

No sin un dejo de sorna, Martin Amis, se pregunta: “si esos antielitistas se sienten antiexpertos cuando van al médico; ¿o cuando se montan en un avión?, ¿o cuando contratan a un abogado… o a un electricista o hasta un peluquero?”. Porque en todos los terrenos de la vida social se valora —y con razón— a aquellos que dominan una determinada especialidad, un conocimiento específico, una destreza profesional; mientras que parecería que en el escenario de la política bastaría con la capacidad de “conectar” con las pulsiones más arraigadas y elementales del “respetable”. Vuelvo a citar a Amis: “Muéstrenme un ámbito en el que exaltemos lo 'normal y lo corriente', la impericia, el amateurismo, lo mediocre”. Y por favor no contesten.

Profesor de la UNAM

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