“En la esquina de mi barrio hay una tienda que se llama La ilusión del Porvenir”. Así empieza una gozosa canción de Chava Flores (1957). Por supuesto las ilusiones solo pueden ser a futuro. Es una fórmula común, aunque no corriente. Ensoñar que el futuro será de “salud, dinero y amor”, más brillante que el pasado y el presente. Y en política la explotación de esa ilusión es fundamental. No hay partido o candidato que no oferte un mejor futuro. Nadie se planta en la plaza pública a ofrecer que las cosas irán a peor. Y si lo hace, no tendrá demasiados seguidores (creo). Puede incluso decirse que en buena medida las campañas por el voto son una competencia por “vender” una ilusión: que el porvenir será luminoso, superior a todo lo jamás vivido. Quien mejor lo haga, consiga conectar con las aspiraciones de la mayoría, resulte más creíble, logrará el triunfo.
Pero “La ilusión del porvenir”, no está sola. Sigue cantando el risueño Chava Flores: “junto a ella está la fonda de Rosenda que el domingo le echa al mole ajonjolí. Frente se halla la botica ‘La Aspirina’ donde surte sus recetas mi amá, tiene junto la cantina ‘Mi Oficina’ donde cura sus dolencias mi apá, y le sigue la mejor carnicería donde vende el aguayón don Baltasar. En la esquina de mi barrio compañeros, un lugar de movimiento sin igual, los camiones, los transeúntes y los perros, no la cruzan sin tener dificultad. Cuando no ha habido moquetes hubo heridos, o algún zonzo que el camión ya lo embarró, otras veces solo hay gritos y chiflidos o se escucha al cilindrero trovador. Contra esquina donde está la pulquería hay un puesto de tripitas en hervor, allá afuera siempre está la polecía y ahí tiene su cuartel el cargador. De este lado vende pan La Cucaracha, y le siguen las persianas del billar…”. (La esquina de mi barrio)
Era una recreación alegre de la Ciudad de México de hace más de sesenta años, y en muchos barrios y zonas el pequeño comercio aún es parte fundamental del paisaje citadino. Se trata de la economía de la que dependen millones de personas y que se ha construido a lo largo del tiempo. Solo que en los días que corren están cerrada la fonda, la cantina, la carnicería, la pulquería, los puestos, el billar. El movimiento se ha paralizado. “Los camiones, los transeúntes y los perros”, pocos y espaciados, cruzan con facilidad. El ruido ha mermado y el silencio crea un ambiente fantasmal. Y todo ello afecta a La Ilusión del Porvenir.
El gobierno actual logró despertar la ilusión en el porvenir en franjas mayoritarias de la sociedad. Por ello su triunfo. Esa ilusión es un sentimiento nada despreciable. Por el contrario, es digna no solo de ser alimentada, sino cumplida. El “pequeño” problema es que la crisis combinada de una economía decreciente junto a la pandemia, está erosionando, con fuerza y rapidez, las ilusiones.
Alrededor de La Ilusión del Porvenir todo se está cerrando. Algunos de esos establecimientos quizá puedan cursar el temporal, no sin problemas (a lo mejor con descapitalización, reducción de salarios y/o supresión de puestos de trabajo), pero otros, es posible que no vuelvan a abrir. Esa esquina llena de vida, plaza fundamental para el encuentro y el comercio, hoy se apaga poco a poco. Y con ello la economía y las expectativas de millones.
Así que sin una política de apoyo a esas unidades productivas y de servicios México no solo multiplicará sus pobres, sino que observará cómo la vida citadina (y no solo ella) se ahogará. Y lo que ayer era parte de una coexistencia vigorosa y colorida mañana podrá eclipsarse. Caray, ¿será muy difícil entender que los complejos sistemas económicos no pueden ser remplazados con las artes de la magia? ¿que dejarlos a su suerte en momentos críticos solo redundará en empresas quebradas y en un mayor número de desempleados? ¿serán suficiente los dos millones de créditos de 25 mil pesos cada uno? ¿no sería bueno escuchar a voces como la de Gerardo Esquivel, subgobernador del Banco de México que, junto con muchas otras, proponen políticas de apoyo a empresas y trabajadores?
Profesor de la UNAM