Las encuestas apuntan -puntos más, puntos menos- a que el populista al que se auguraba llevaría a México al desastre hoy gobierna sin contrapesos y a su libre y caprichoso albedrío. Y lo hace con la complacencia de una mayoría ciudadana que fanáticamente le sigue y festeja. Las evidencias en forma de cifras están ahí y no admiten muchas interpretaciones: López Obrador ha sabido construir una estructura de poder sólidamente cimentada que le permite dar a la nación el derrotero que mejor se ajusta a su ideario, un peculiar batiburrillo de políticas sociales con doctrinas de inspiración religiosa. Sin oposición al frente y teniendo de su lado a la gente y a las fuerzas armadas, dirigirá la nación otros tres años según su hoja de ruta original. El descarrilamiento presagiado no ha ocurrido ni tiene visos de ocurrir, merced al acierto con que ha conducido su relación con el poderoso socio estadounidense y a la prudencia con que se ha ceñido a las reglas que rigen la economía mundial.

Al presidente se le recrimina que en su gobierno haya crecido el número de pobres; cierto, pero, en tiempos de pandemia … ¿en qué país la indigencia no aumentó? También se le achaca que el peso se depreció respecto del dólar, pero… ¿cuántas monedas no atraviesan por el mismo calvario? Y se le reclama que la recuperación económica es más lenta de lo previsto, pero… ¿acaso no se ha ralentizado en todo el mundo occidental? Y sí, el costo de la vida ha subido como nunca en los últimos veinte años, pero… ¿habrá quien piense que la inflación que afecta a todos los circuitos financieros del orbe exentaría a México? Ojalá no se me mal interprete: trató de presentar hechos, no justificarlos; eso toca hacerlo a cada lector conforme a su muy leal saber y entender. Lo que intento es descubrir las causas por las que la aceptación del presidente sigue en cotas altísimas e inamovibles, pese a su proclividad a ignorar sistemáticamente la legalidad; a que las cifras de inseguridad son inaceptables; a que el sistema de salud está en su peor nivel de precariedad e ineficiencia; a que los servicios públicos no han conocido un grado de abandono como el actual; a que la corrupción dista mucho de haber cedido y a que el combate a la impunidad no ofrece ningún resultado tangible. Pero ni todo lo anterior junto, ni otros cien argumentos que en su contra se esgrimieran, serían capaces de deteriorar su inmarcesible imagen.

En tanto líder indisputado del movimiento, a López Obrador nadie le objeta sus decisiones, lo que curiosamente no ha impedido que sean sus propios aplaudidores los que -en las encuestas- señalen las deficiencias de su gestión. ¿Cómo se explica eso? ¿dónde está la magia? ¿en las mañaneras? ¿en su intuición para decir lo que la gente quiere oír? ¿en su cercanía con el pueblo? ¿en su carisma? ¿en la simpleza de su discurso? Visto el tema con objetividad, le asiste la razón al afirmar que buena parte de los problemas que tiene México son atribuibles al neoliberalismo, a la perversidad de los conservadores y a circunstancias externas ajenas a la voluntad presidencial, como la malhadada pandemia y, ahora, como la inflación mundial, eventos ambos que -perdón por el tópico- le vinieron “como anillo al dedo” para justificar errores y atrasos. Con ese pueril entendimiento, su ejército de incondicionales aguarda disciplinado a que el caudillo venza las resistencias que se oponen al cambio verdadero, dándole pacientemente el tiempo necesario para que sus obras y programas maduren y se llegue, al fin, el momento feliz de recoger los frutos prometidos.

Contra la base por bolas no hay defensa, reza un adagio beisbolero. Y contra el populismo de López Obrador tampoco parece haberla. Al menos la oposición no la ha descubierto.

Google News

TEMAS RELACIONADOS