“Dale un pescado a un hombre y comerá un día; enséñale a pescar y comerá siempre”. Esa vieja letanía, atribuida a Confucio pero repetida hasta el cansancio en la época neoliberal, yace hoy arrumbada en el desván de los principios olvidados por la coalición Fuerza y Corazón por México. Su candidata la arrojó sin ningún comedimiento al cuarto de los trebejos empolvados y sin uso, al anunciar el mismísimo primer día de su campaña que, de llegar a la presidencia de la República, adoptaría y aún mejoraría las ayudas a los adultos mayores, el programa para personas de 65 años y más instaurado al inicio de su mandato por López Obrador.
En una escena tan teatral como ridícula con la que quiso emular las tragedias clásicas griegas, Xóchitl Gálvez firmó con sangre su compromiso de adelantar a los 60 años la edad de acceso a ese beneficio social. Atrás quedó el argumento tecnocrático de que medidas tan “claramente populistas” no las resiste ningún presupuesto. Y así, de un plumazo, la abanderada opositora desechó la idea típicamente conservadora de que, para repartir la riqueza, antes ha de crearse allá arriba, en el nivel superior de la pirámide poblacional, para que después permee por goteo lento a los estratos inferiores. Tres décadas bastaron para probar la falacia de la tal sentencia.
En pos de propuestas atractivas, la alianza opositora -diversa, contradictoria y confusa desde su origen- prescinde incluso de sus códigos fundacionales con tal de revertir una desventaja que se mantiene estática desde meses atrás. La proporción de dos a uno, vigente desde la elección de 2018, continúa firme, y es fiel reflejo de una sociedad dividida: de un lado quienes han sido escuchados, vistos, visitados y atendidos por el gobierno de López Obrador, y del otro los que miran de lejos la realidad de México, instalados en la comodidad de sus privilegios. Las variables de esta ecuación no se han alterado y volverán a ser determinantes en el 2024.
Comprobada la dificultad para acortar la insalvable distancia que consistentemente registran las encuestas de las últimas semanas entre los números de una y otra candidata, y fracasada la estrategia de inventar pleitos internos en Morena o incluso diferencias graves entre Claudia Sheinbaum y López Obrador, ahora la apuesta de los grupos opositores más radicales es, o al descarrilamiento del proceso vía la anulación de los comicios, o bien al surgimiento de algún evento inesperado -natural o inducido- con potencial suficiente para alterar de manera sustantiva el escenario político del país hasta el punto de paralizar su normal funcionamiento.
Claudia, en tanto, administra con inteligencia y serenidad su ventaja; no se precipita, en espera de tiempos propicios para mostrarse tal cual es, ya sin el riesgo de afectar las pieles sensibles que abundan al interior del movimiento lopezobradorista. La ex Jefa de Gobierno de la CDMX sabe que, para levantar “el segundo piso” de la 4T, requiere de una unidad partidista pétrea y sin fisuras. A Xóchitl, en cambio, ya no le basta con reaccionar a los dichos del presidente; sin propuestas sensatas que convenzan a los indecisos su causa carece de futuro. Y no es, por cierto, siguiendo la huella del ultraderechista Nayib Bukele como podrá mejorar sus posiciones.
Esa disparidad de fuerza, preparación y capacidad -notoria entre las candidatas a la Primera Magistratura de la Nación- no se replica en los ámbitos municipales y estatales, espacios en los que la personalidad de los aspirantes pesa tanto como la de los partidos que los postulan. Aunque en otra medida, ese fenómeno también se refleja en la composición de los Congresos locales, aunque en ellos la influencia de los gobernadores en funciones suele ser determinante. Queda la CDMX y sus alcaldías, donde se espera una cerrada competencia y, por último, el Congreso de la Unión, lugar donde se dirimirá, para bien o para mal, el destino de México de esta y por lo menos la siguiente generación. Será, esa sí, la gran batalla del próximo 2 de junio.