La evidente desproporción de las fuerzas contendientes en la elección presidencial inclina todos los pronósticos a favor de Morena. A trece meses de la gran cita, el antiamloísmo ya se convenció que la alianza “Va por México” no es viable, ni para el país cuyo viejo régimen ansiaban restaurar ni para los intereses personales de quienes querían coaligarse. Duchos en la práctica de incumplir acuerdos y de engañarse entre sí, los opositores no han sido ni serán capaces de convenir un plan mínimo que les permita: 1) construir una plataforma que concilie idearios de partidos con objetivos distintos; 2) repartir las nominaciones a los cargos que estarán en juego sin encender discordias entre las militancias y, 3) definir un esquema consensado para elegir a quienes vayan a estar en la boleta. Es pues tiempo que los sectores que no coinciden con López Obrador ajusten sus expectativas y las adapten a una probabilidad que va camino de convertirse en certeza total: sin adversario al frente, Morena obtendrá la victoria y la Cuarta Transformación seguirá vigente un sexenio más, con los cambios de matiz, intensidad y color que habrá de imprimirle quien finalmente se instale en Palacio Nacional.

Si el PAN, el PRI y el PRD actúan conforme a una realidad que claramente los rebasa se persuadirán que su mejor estrategia es participar en las encuestas morenistas, apoyando al aspirante con el que negocien un trato menos lesivo para su incierto futuro. No hay ironía en la sugerencia; sólo ubico el análisis en el escenario que resultará de la elección del 2024. Lo que sigue es dilucidar qué ofrecerán los que el presidente llama “corcholatas”. La Historia muestra que quien sea la o el “elegido” acaba siempre guiando al país por una ruta acorde a su personal visión, dejando de lado la línea que el mandatario saliente deje como legado. Aludo a esa ley pendular de la política autóctona según la cual los excesos de un sexenio se neutralizan al siguiente con medidas que moderan y/o corrigen sus efectos. Lo obvio es que México, con Marcelo en el puente de mando sería otro al que gobernaría Claudia y, a su vez, el de cualquiera de estos dos, no se parecería al que podría liderar Adán Augusto.

La gestión del presidente puso el acento en programas sociales cuya maduración requiere de plazos mayores a los de un solo periodo sexenal, y en políticas nacionalistas que miran por la soberanía y la autosuficiencia por encima de la producción de utilidades generadas gracias a la extracción de riquezas naturales en asociación con capitales extranjeros. ¿Qué variantes introducirán Marcelo, Claudia o Adán Augusto? Nadie lo sabe; empero, lo seguro es que no alterarán la esencia social del movimiento porque de ello depende su pervivencia.

López Obrador advirtió el pasado 18 de marzo que no repetiría el error de Cárdenas cuando el divisionario michoacano optó por un candidato moderado y católico -Ávila Camacho- por sobre otro socialmente radical y ateo -Múgica-. Incluso subrayó el punto rechazando todo zigzagueo ideológico. ¿Descalificó a Marcelo con ese parangón histórico? ¿redujo el elenco a su discípula Claudia y su paisano Adán Augusto? No lo creo, pero ya sembró la duda. Si como se infiere de sus dichos en la decisión privará su voluntad… ¿dónde quedarán las encuestas como método creíble para definir la candidatura? ¿se arrepintió acaso? ¿revivirá el clásico dedazo priista de antaño? ¿desanduvo sus pasos ante la eventualidad de que los resultados demoscópicos pudieran no coincidir con sus deseos? Si todo ese jugueteo con los aspirantes lo convierte en burla a los aspirantes, de dentro de su propia estructura podría surgir el rival serio que la alianza no tuvo capacidad para oponerle. Poco falta para saberlo.

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