La decisión del presidente López Obrador de marchar a la cabeza de su manifestación “en apoyo de sí mismo” puso en peligro su integridad física y, por ende, la estabilidad política de la República. Se pudo ver al mandatario inmerso en una marea humana descontrolada, dando y recibiendo empellones, expuesto temerariamente a un atentado. ¿Nadie en su entorno previó ese riesgo? ¿No hubo quien lo instara a la cordura? Inevitable fue pensar en la tragedia de Lomas Taurinas. La pesadilla del que sin duda ha sido el capítulo más kafkiano del sexenio se prolongó cinco tensas horas, con Claudia Sheinbaum bajo su axila y Adán Augusto López como su único guardaespaldas. Para Ripley, estimado lector.

Si cada ciudadano marchante -participio activo del verbo marchar- representa un voto, entonces puede anticiparse que Morena ganará dos a uno la elección del 24 a una coalición de partidos que, para conformarse y lanzar un candidato que los unifique, tiene aún muchas etapas complejas por salvar. Ello no obsta para cuestionar qué tan válido puede ser un vaticinio que parte de comparar la numeralia de un acto, esencialmente ciudadano y de muy elemental logística, que hace dos semanas pintó de rosa las calles de la capital de la república y de medio centenar más de ciudades en los estados, con otro, este de patrocinio oficialista, que dispuso sin ningún recato de recursos provenientes del aparato federal y de los veintidós estatales que le son afines. Lícito o no, Morena volverá a valerse de ellos en año y medio, cuando llegue el momento de demostrar que, además de que sabe inundar la vía pública con gente a la que facilita transporte, alimentación y hospedaje, puede también persuadirla de que -en la secrecía de la caseta electoral- disciplinadamente sufrague a favor de la que a buen seguro será su abanderada, la señora Claudia Sheinbaum. Pero más allá de la aritmética del voto que se desprenda de las marchas, lo cierto es que la aceptación popular del presidente se mantiene en alto nivel, pese a la denigración sistemática a que somete a los conservadores desde su púlpito mañanero.

De nada hay certeza absoluta en la vida… y menos en la política, ámbito en el cual son innumerables las circunstancias que van moldeando el voto ciudadano. La analista Viridiana Ríos -doctora en Gobierno por la Universidad de Harvard- ha puesto sobre la mesa valoraciones que no deben ignorarse en cualquier cálculo electoral serio, tales como, por ejemplo, la incidencia de las clases medias y altas en el volumen de sufragios que captó la candidatura de López Obrador en el 2018, y los que tendrá -o dejará de tener- la de Claudia Sheinbaum en el 2024. Esas clases medias tan vilipendiadas representan apenas un 12.3% del total de la población pero -atención al matiz- el 74% de los mexicanos que votan “…creen que son de clase media…”, lo que equivale a ¡43 millones de personas!

Trátase, es cierto, de un espejismo, de una irrealidad en la que vive buena parte de la sociedad, reticente a admitir que su existencia transcurre “…en condición de vulnerabilidad económica…”. Mas sea de una forma u otra, la cifra no es irrelevante y viene a cuento ante el divorcio que existe entre el presidente y ese estrato de nuestra pirámide social que, no sobra decirlo, en el 2018 le brindó un significativo apoyo. Azuzado desde Palacio Nacional, el pleito que no parecía ser cuantitativamente suficiente para invertir el resultado electoral que prevén las encuestas, tiene sin embargo un elevado potencial de crecimiento por cuanto los llamados aspiracionistas saldrán a votar el 2024 en masa, influyendo al hacerlo en otras corrientes de opinión que no gustan del discurso divisionista y radicalizado del líder del Movimiento de Regeneración Nacional.

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