Desde cualquier ángulo que se las examine y sin importar el dogma político o religioso que las inspire, todas las guerras son execrables. Absolutamente todas. No hay argumento que justifique el sufrimiento humano y la destrucción material que provocan. Dicho lo anterior, el analista, en su afán por explicarse, debe tener en cuenta los hechos que han llevado a la confrontación armada que hoy nos mantiene en vilo. La pregunta es: los líderes políticos que la pudieron evitar y no lo hicieron… ¿qué “ razones de estado ” tuvieron para propiciarla?
La Guerra en Ucrania es, por muchas razones, asunto de muy grave preocupación mundial. A todos nos atañe y a todos afecta, aunque haya quienes, por ingenuidad o valemadrismo , prefieran ignorar sus potenciales y ciertamente aterradoras consecuencias. No se percatan que, en aquel país, miden sus fuerzas dos concepciones ideológicas opuestas cuyas armas políticas, militares y económicas poseen capacidad sobrada para cambiar la faz del planeta y, de paso, la de los que viajamos en él, seamos o no ajenos a su enconada disputa.
El pulso que mantienen Estados Unidos y sus aliados europeos versus Rusia y sus afines euroasiáticos -con China alineada pero prudentemente distante-, es tema al que hemos de acercarnos con cautela a la búsqueda de una verdad que intencionadamente tergiversan y ocultan las partes. Información y propaganda se confunden: Washington, Bruselas y Kiev de un lado, y Moscú y Beijing de otro, cuentan cada cual su historia difundiendo informes, cifras e imágenes que falsean a conveniencia con un objetivo: ganar la guerra de la opinión .
Los antecedentes del enfrentamiento, en cambio, sí los conocemos con exactitud y tienen que ver con el reparto -básicamente entre la Unión Soviética y Estados Unidos- de las zonas de influencia en el Viejo Continente tras la victoria aliada sobre la Alemania nazi de Hitler y la Italia fascista de Mussolini. Yalta, y luego Postdam, fueron los lugares donde, entre febrero y junio de 1945, se trazó la división del mapa europeo de la postguerra, status que se mantuvo en equilibrio inestable hasta 1991, año de la caída del muro de Berlín.
A partir de entonces, la Unión Soviética, dirigida a la sazón por Mijaíl Gorbachov, se fue desmoronando. Boris Yeltsin, su sucesor, aceleró la debacle del régimen comunista y abrió paso a un continuo trasiego de países del Pacto de Varsovia a la OTAN , su antítesis militar. Vladimir Putin, actual presidente de la Federación Rusa, no pudo frenar en las mesas de negociación política la inercia de esa mudanza que ya se acercaba a sus fronteras. En este punto fue que marcó su línea roja… y advirtió a Occidente lo que significaría franquearla.
Ucrania, territorio históricamente vinculado a las Rusias de todas las épocas, es el límite que Putin fijó al expansionismo hacia Oriente de la OTAN y al plan de estrechar su cerco estratégico sobre Moscú. La diplomacia intentada en última instancia para evitar la guerra fracasó cuando las condiciones rusas hallaron como respuesta sanciones y amenazas de aislamiento. La invasión se inició entonces con su espantosa secuela de penurias para la población civil, agravada por una tan heroica como inútil resistencia ucrania.
Considerando los altísimos costos que en todos los órdenes está teniendo la guerra para Putin, es poco probable que se desista de sus exigencias originales, a saber: autonomía de las repúblicas del Donbás -Donetsk y Lugansk-, independencia de Crimea, desmilitarización y compromiso de neutralidad de Ucrania, a la manera de Suecia y Finlandia. Su presidente Volodímir Zelenski, convencido que ni Estados Unidos ni Europa enfrentarán directamente a Rusia, no tiene otro camino que negociar su rendición para así poner fin a tanto horror.