Prescindo de circunloquios, eufemismos y juegos de palabras; al toro por los cuernos y a las cosas por su nombre. En esta película de horror Benjamín Netanyahu es el matón desalmado, sanguinario y siniestro vengador, y Joe Biden su todopoderoso protector que, no contento con bloquear las votaciones en el Consejo de Seguridad de la ONU contra los abusos del genocida, además le suministra armamento. Cierto es que, en este reparto de culpas forman también fila los líderes occidentales que -con algunas notables excepciones- siguen mirando de soslayo la tragedia palestina. En términos de las naciones que cada parte representa: Israel es el hacedor del crimen; Estados Unidos el encubridor, y los cómplices sus países asociados de la OTAN que se lavan la cara emitiendo inútiles exhortos a favor de un cese al fuego que no llega nunca.

En el drama hay terceros implicados: son todas las naciones de un mundo que, diciéndose civilizado, contempla impasible las apocalípticas escenas de exterminio, sed, hambre y muerte que hace medio año se viven a diario en la Franja de Gaza. Pocas son las voces dignas que se oyen por sobre el atronador silencio de quienes no osan incomodar intereses con los que, de un modo u otro, se hallan en penoso contubernio. Extraño a la Francia libertaria de los valores y los principios, gobernada hoy por un indiferente Macron, en actitud que contrasta con la valentía y claridad de las expresiones de Pedro Sánchez, presidente del gobierno español. Injusto sería no reconocer que fue Antonio Guterres, secretario general de la Organización de Naciones Unidas, el primero en llamar de manera reiterada a una tregua que diera espacio a la diplomacia conciliadora, demanda groseramente ignorada por la soberbia del representante de Israel. Agrego a Sudáfrica que presentó su denuncia en la Corte Internacional de Justicia, acusando a Israel de seguir “un patrón de conducta genocida” en su guerra en Gaza.

No nos engañemos: el premier israelí no es un patriota que abandera una causa justa como lo pretende una prensa mediatizada por el poder económico de los enclaves financieros judíos, diseminados por todo Occidente pero cuya base principal está establecida en Estados Unidos. Pretextando la búsqueda y castigo de los terroristas que perpetraron el nefando crimen del 7 de octubre pasado, Netanyahu descargó toda la capacidad destructiva de su moderno y bien armado ejército sobre la población civil gazatí. El saldo del infernal despliegue -misiles de todas clases, robots, drones, algoritmos, inteligencia artificial, etc.- es de 33 mil víctimas mortales,10 mil de ellas niñas y niños, y medio millón largo de desplazados que han tenido que huir dejando atrás, entre escombros y desolación, a sus muertos, sus tierras y sus bienes.

Es increíble que el autor de tamaño exterminio sea una persona, Benjamín Netanhayu, cuyos antepasados sufrieron los horrores del Holocausto. Rescato de entre mis empolvadas lecturas juveniles el sentido profundo de los indignados versos de León Felipe en que, con su sabiduría y reconocida autoridad moral, sentenció que no bastarían seis generaciones de alemanes para pagar tod el brutal daño infligido al pueblo judío. Me pregunto si Netanyahu piensa que la barbarie como forma de represalia es la mejor vía para recuperar con vida a los rehenes? ¿no caerá en la cuenta de que seguir matando palestinos hace cada vez más incierta la posibilidad de que Hamás devuelva a los israelíes que se llevó en prenda? ¿supondrá que destruyendo Gaza va a aliviar las tensiones que padece Israel con ese mundo hostil que lo rodea? ¿cabrá en su enfermo raciocinio que de ese modo pacificará la zona? ¿cabe mayor obcecación en un gobernante? ¿más estulto fanatismo?

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