¿Qué es lo que tenemos? De un lado, un hombre sólo, gobernando al país conforme a su capricho y voluntad; del otro, un amasijo de retazos partidistas sin plan ninguno. Y en medio, un pueblo justamente resentido, temeroso otra vez de perder la esperanza, su único bien. Cierto: el presidente no estará en la boleta del 6 de junio, tal como se lo había propuesto inicialmente; no obstante, sigue siendo el gran instigador del más encendido debate político nacional desde aquel que vivió México en 1988, a raíz del levantamiento cívico electoral de Cárdenas y Muñoz Ledo al que poco le faltó para convertirse en sublevación popular.

A treinta y tres años de distancia de esa rebelión que cimbró al país en demanda de democracia, México está otra vez dividido y enconado, ahora por motivos de muy otra naturaleza. Aunque pudiera parecer una simpleza, a los ciudadanos se les está conminando a admitir, o su aversión al régimen de López Obrador o su ciega e incondicional lealtad. No hay matices, medias tintas ni posturas intermedias: en la República de la4T, se es conservador o liberal; se es fifí o chairo; se está con el pueblo bueno o en contra. Y punto.

Esa polarización atiende más a razones sociales que políticas y por eso caló tan hondo en los sectores marginados. Diferencias y resentimientos se alimentan a diario desde Palacio a fin de entronizarlos en el ánimo popular, ya a través de la figura carismática del propio presidente para lograr que alargue su mandato, ya por medio de un sistema sexenalmente renovable que siga una pauta como la del PRI del siglo pasado. De la existencia de un proyecto de esa posible segunda vía de perpetuación en el poder no hay noticia hasta ahora y, del supuesto de que alguien tenga el encargo de redactarlo, tampoco se sabe nada.

Si la Cuarta Transformación lograra plasmar en el texto constitucional sus principios más caros les dará larga vida y evitará que en lo futuro se desvirtúe su aplicación o, peor aún, se revierta. Esa es la idea de López Obrador. A su servicio tiene a todas las instituciones del estado con un fin principalísimo: ganar dos tercios de la Cámara de Diputados federal y diecisiete de las treinta y dos estatales que van a renovarse. Antes, y gracias a la ingenuidad de una oposición disminuida y sin liderazgos, el presidente ya había obtenido una victoria estratégica trascendental: que la convocatoria tuviera un clarísimo sesgo plebiscitario.

Así, el votante elegirá sólo de entre las propuestas de esa frágil argamasa de fragmentos de partidos de ideologías opuestas, o entre las que postuló un lopezobradorismo hecho en su mayor parte con desertores y oportunistas. En esos términos, la mayoría de los sufragios serán a favor o contra de esa causa borrosa que es la 4T, y hasta parecerá que quien ignore el llamado simplemente “no habrá entendido ¡que no entiende!”. Valores, personalidades y trayectorias de los candidatos sólo serán importantes en las elecciones de gobernadores y presidentes municipales, ahí donde la localía juega siempre un papel determinante.

Entre esas dos exclusiones está la franja que busca ocupar Movimiento Ciudadano, un partido en reconstrucción que está en proceso de tirar lastre para renovarse con rostros, conocidos y por conocer, sin apartarse de su recién estrenado patrón organizativo y manteniendo vigente la línea socialdemócrata que alentó desde su nacimiento, desdibujada en pasadas campañas por haberse sumado a otras formaciones con diferentes principios. MC puede ser la alternativa del ciudadano que no volverá nunca a darle un voto más al PRI, ni al PAN ni al PRD, o que nunca comulgó con López Obrador, o que pese, a haberle respaldado en el 2018, está desilusionado y hasta intimidado por su conducta autoritaria.

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