El 1 de julio 2018, el voto popular favoreció a Andrés Manuel López Obrador, eligiéndolo presidente de la República por el periodo comprendido del 1 de diciembre 2018 al 30 septiembre 2024.
El presidente López Obrador, principal impulsor de la Ley Federal de Revocación de Mandato, pugnó por que fuera aprobada por la mayoría del Congreso, lo cual sucedió en diciembre de 2019 y haya sido publicada en el Diario Oficial en septiembre de 2021. Dicha ley supuestamente es un instrumento de participación solicitado por la ciudadanía para determinar la conclusión anticipada del Presidente de la República a partir de la pérdida de la confianza. Digo supuestamente porque no ha sido el pueblo inconforme el solicitante de la consulta para revocar o retirar de su cargo -y encargo- al presidente López Obrador, la consulta a celebrarse es por iniciativa del propio presidente de la República. Además, el presidente fue electo, es decir, fue contratado —y él aceptó— para cumplir un mandato sexenal, ¿cómo es que a mitad del camino debemos elegirlo —o rechazarlo— nuevamente? Cuando acudimos a las urnas en 2018 no existía ley alguna relativa a la revocación de mandato. Y si hoy se ha promulgado la ley de marras, esta tendría que aplicarse a partir de la próxima elección presidencial, de lo contrario se estará infringiendo la ley al aplicarla retroactivamente.
Para que la consulta de revocación de mandato sea vinculante se requiere cuando menos el voto del 40% del padrón electoral, es decir, la participación mínima de 37 millones 251 mil 619 personas, lo cual suena casi fantasioso. Lo más factible es que la consulta no llegue a ser vinculante, pero la mayoría de votantes respaldarán a AMLO, algunos por convencimiento y otros por conveniencia. Los que no comulgan con la letanía del régimen, además de los denominados adversarios conservadores, en su mayoría no asistirán a la por ellos considerada fiesta del ego, principalmente por no querer hacerle el caldo gordo a la 4T y para no coadyuvar a la vinculación de la consulta. El presidente ratificado —por supuesto, es una ratificación— refrendará su inobjetable popularidad en su última participación electoral —esperamos—. Cuánto esfuerzo, dinero, tiempo, emoción, encontronazos y descalificaciones para elegir a quien ya fue electo.
A la consulta asistirán, por un lado, los convencidos de que AMLO debe continuar con su mandato y por el otro, aquellos inconformes con la 4T que desean que el presidente se vaya a su rancho, ingenuos confiados en que su voto será mayoritario y hasta vinculante.
A la consulta no asistirán quienes no creen que sea cual fuere el resultado de la misma, el presidente actuará en consecuencia, aceptando imperturbable el resultado. Tampoco asistirán quienes, anticipando la impotencia de su voto, aguardan la mínima concurrencia posible, para así restarle sentido a la consulta.
Cual sea el resultado del ejercicio de revocación, el gran perdedor será el INE, o porque no instaló casillas suficientes o porque no difundió lo suficiente la consulta o porque son controlados por partidos conservadores o porque a Chuchita la bolsearon.
Mi personal posición: No voy a participar en un simulacro de ratificación de mandato de quien ya fue electo, aplicando además retroactivamente la ley.
Analista