El péndulo político en América Latina continúa oscilando hacia la izquierda, ahora con la elección de Gustavo Petro en Colombia.
En toda elección, gran proporción del electorado inconforme acude a las urnas a castigar al gobierno que lo ha decepcionado, más que por estar convencido y coincidir con las propuestas de campaña del candidato opositor, al cual se dispone a favorecer.
Actualmente, además de México, gobiernan en la región un significativo número de regímenes de izquierda: en Bolivia, Chile, Argentina, Venezuela, Honduras, Perú, Cuba, Nicaragua, Panamá -centro izquierda- y discutiblemente El Salvador. Es casi un hecho que Brasil se incorpore al grupo, luego de las próximas elecciones del 2 de octubre en que se anticipa el triunfo de Lula da Silva.
Gustavo Petro militó en la guerrilla urbana y nacionalista del M-19 en las décadas de 1970/80. Fue Senador y llega a la presidencia en su tercer intento -igual que AMLO- como candidato presidencial en una crisis de descontento social con la clase política, de desigualdad y de estancamiento económico, presentándose como un político moderado que bien podría ubicarse en la centro-izquierda. Petro propone cambiar el sistema económico del país, disminuir la extracción de recursos naturales, realizar una reforma agraria y desarrollar el capitalismo renunciando a la premodernidad y el feudalismo en Colombia. Petro se muestra contrario a efectuar expropiaciones o reformas constitucionales para ser reelecto. Petro califica a Nicolás Maduro como dictador, no obstante ha anticipado la apertura de la frontera con Venezuela, restableciendo allí el pleno ejercicio de los derechos humanos. Petro simpatiza con Lula da Silva y Rafael Correa. Petro proviene de la izquierda nacionalista y antiimperialista, su discursivo estilo agresivo y populista, produce el temor de que pudiera tornarse en un mandatario autoritario, similar a AMLO, quién celebró el avance de los gobiernos progresistas de América Latina: “Cada vez hay más representatividad de la izquierda en los países de la región”.
La relación de Estados Unidos con América Latina está más enfocada a la economía, con menor interés en la geopolítica, la seguridad nacional y la ideología. La trillada frase de que América Latina es el traspatio de Estados Unidos, no resulta tan alejada de la realidad. Lo cierto es que el vecino del norte ha desatendido la región, dándole preponderancia a otros sucesos del orbe. En tanto, dos potencias distantes, geográfica y culturalmente, Rusia y China, han ido intensificando su presencia comercial en América Latina introduciéndose en el área de influencia geopolítica de EEUU en la región. Las naciones más favorecidas por esta “dadivosidad” de Rusia y China han sido: Venezuela -el que más, únicamente la deuda con China a 2020 ascendía a 62 mil 200 millones de dólares-, Cuba y Nicaragua. Brasil, Argentina, Colombia, Ecuador y Perú igualmente han aprovechado la disposición de las mencionadas potencias, para adquirir armamento, helicópteros, minerales, metales, partes automotrices, fertilizantes, tecnología y sobre todo empréstitos y créditos comerciales. China a partir de 2015 se convirtió en el principal socio comercial de América del Sur.
A mayor indiferencia de Estados Unidos hacia la realidad de América Latina, más gobiernos reacios surgirán, propiciando que potencias extrañas aprovechen tal circunstancia. La Unión Latinoamericana no deja de ser una utopía
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