Peculiar sello distintivo del estilo de gobernar de Andrés Manuel López Obrador es su personal comparecencia matutina frente a la opinión pública desde Palacio Nacional, marcando la agenda política y la difusión mediática del día, mencionando y volviendo a mencionar aquellos temas que a su juicio son prioritarios, relegando tratar los asuntos incómodos o por él considerados intrascendentes.

Parte del contenido habitual del libreto matinal es reprender a opositores de la política presidencial – Estás conmigo o estás en mi contra-, ocupando el sitio de honor aquellos adversarios conservadores molestos por haber perdido los privilegios de antes, porque ya no pueden seguir robando ahora que ya no hay corrupción, aquellos que están contra el pueblo. Referirse al fruto podrido que dejó el neoliberalismo, fustigando a específicos periódicos y señalados periodistas, así como a intelectuales “orgánicos”, porque se quedaron callados – usted y yo seguramente quedamos incluidos- durante 36 años de corrupción rampante de regímenes neoliberales es incorrecto, ya que el juicio ciudadano se ha manifestado en las urnas optando por la alternancia y en lo que respecta a la opinión crítica de los editoriales -al igual que hoy en día- de los distintos medios, esta ha sido una constante.

Siguiendo la exhortación presidencial de no quedarnos callados, menciono la evidente animadversión de AMLO hacia ciertos periódicos, especialmente al Reforma y a El Universal, a los cuales se dirige continuamente profiriendo redundantes expresiones denigrantes acompañadas de un innecesario sarcasmo. Obviamente existe un pique personal entre AMLO con dos intelectuales que durante medio siglo han contribuido a la vida cultural del país, Héctor Aguilar Camín y Enrique Krauze, tanto en su faceta de escritores, historiadores, editorialistas, conferencistas, comentaristas y promotores de publicaciones como Nexos y Letras Libres, revistas que obtuvieron tradicionalmente -como otras- publicidad gubernamental, práctica generalizada ajena a la corrupción. Ambos intelectuales – ahora con el incómodo agregado de orgánicos- desde tiempos del PRI de Arriba y Adelante, han sido resueltos críticos del poder y de la corrupción gubernamental, así como de las trampas electorales. Resalto La Guerra de Galio y Morir en el golfo –de HAC- y La presidencia imperial y Siglo de caudillos –de EK-. Denostar a Aguilar Camín y a Krauze incumbe a una esforzada generación que hemos pugnado por transformar a México, pero sin agravios ni insultos.

López Obrador asevera que la verdadera peste de México es la corrupción –Peña Nieto sostenía que la corrupción es un asunto cultural-, reclamando que la corrupta oposición debería estar callada, contrariado porque la reforma energética fue aprobada con sobornos de millones de pesos a diputados y senadores del régimen pasado. Los “legisladores nuestros” surgieron de un proceso de transformación y los opositores son los defensores del antiguo régimen, así de claro. Un expresidente de México fue contratado por una empresa de ferrocarril española –Calderón se contrató con Avangrid, filial de Iberdrola.

Además Ernesto Zedillo fue consejero de Union Pacific y la exsecretaria de Energía Georgina Kessel se contrató con Iberdrola. El combate de AMLO contra la corrupción fructificará en tanto convenza que nadie está por encima de la ley, principalmente en su propia administración.

La tónica del discurso presidencial, refiriéndose a los simpatizantes de Morena como “nosotros los transformadores” o “los nuestros” indica que durante la campaña electoral López Obrador estará presente ejerciendo un activo proselitismo a favor de “los suyos”.

Todos formamos parte de un solo gobierno, sin nosotros y sin ustedes.

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