En cuanto a política exterior, transexenalmente nos vanagloriamos de practicar estrictamente la Doctrina Estrada: Autodeterminación de los pueblos y sobre todo, no intervención. Bueno, con sus asegunes. Los recientes días he pensado en Luis Echeverría, inquieto presidente a quién en su mesiánico delirio México le quedó chico y optó por esparcir su clarividencia por el globo terráqueo. Es así como LEA promovió la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, llamada también Carta Echeverría, la cual proponía un nuevo orden económico internacional con una serie de propuestas impulsadas por los países del Tercer Mundo. Dicha Carta que fue adoptada por la Asamblea General de la ONU en 1974, explora la posibilidad de crear un nuevo orden mundial alternativo más justo, basado en la equidad, la igualdad soberana y la interdependencia de los intereses de los países desarrollados y los países en desarrollo, ofreciendo opciones de progreso y crecimiento a las naciones más pobres. La idea era que México se colocara a la vanguardia de las relaciones internacionales, sobre todo del Tercer Mundo. Echeverría en su epílogo pugnó por el premio Nobel de la Paz, además de preparar su candidatura a la Secretaría General de la ONU, notificando que concluyendo su mandato estaría a disposición de los Estados miembros del organismo que “expresen su deseo de confiarme el cargo de Secretario General de la ONU”. Pero eso sí, México no hace política fuera de sus fronteras, la Doctrina Estrada no lo consiente.
López Obrador ha repudiado la intervención, propugnando la autodeterminación de otras naciones, con honrosas excepciones de aseveraciones contra España, Estados Unidos, diputados del Parlamento Europeo, Austria, Francia, ONU, OEA, entre otras. En la presente ocasión su inquietud por contribuir a la paz mundial, lo ha inducido a proponer la integración de un Comité de Diálogo y de Paz para detener la guerra Rusia- Ucrania, conformado por el primer ministro de India Narendra Modi, por el papa Francisco, por el secretario general de la ONU - organismo que desempeña un papel meramente ornamental- Antonio Guterres y por los presidentes de Rusia y Ucrania, Vladimir Putin y Volodímir Zelensky. AMLO reprocha a las grandes potencias no haber hecho lo suficiente para evitar dicha guerra -más bien, invasión-. López Obrador, representado por el canciller Marcelo Ebrard, está comisionado para presentar dicho plan ante la Asamblea de la ONU - habitualmente asisten a la Asamblea los primeros mandatarios-. El jefe de asesores de Zelensky calificó como un “plan ruso” la propuesta del presidente mexicano, lo califica como un “pacificador” que aprovecha la ocasión en pro de sus propias relaciones públicas, argumentando que se mantendría a millones de personas bajo ocupación y se concedería tiempo a Rusia para fortificarse durante la tregua sugerida. AMLO refrendó su propuesta, sosteniendo que quienes la rechazan es por falta de información o por sectarismos o intereses de élite.
Hemos de ser consistentes, no reaccionar a contentillo, no navegar como Estradistas y cuando se nos ocurra, lanzar planes y proyectos urbi et orbi, instruyendo a otras naciones sobre lo que deben hacer. Y en todo caso, ¿no sería lógico empezar por resolver los serios problemas de gobernabilidad y violencia que nos aquejan en nuestro propio país?
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