Ejerciendo a plenitud el poder de poder, Andrés Manuel López Obrador ha ido desafiando los sucesivos obstáculos surgidos en su firme determinación de lograr que México ya no sea como antes. Recordemos al presidente Enrique Peña con su promesa de cambio, mismo que parecía haber llegado con las reformas estructurales y acuerdos de libre comercio. Muy posiblemente el sucesor de AMLO nos convenza de que finalmente llegó la hora del cambio y que México ya no será como antes. Quienes sí somos como antes somos nosotros, los fieles e ilusos escuchas que reiteradamente nos convencemos de que ahora si, ya no será como antes.
Observamos cÓmo el gobierno de la esperanza se ha impuesto en cada consulta ciudadana realizada, ya sea por la vía del conteo de votos o a través de la mano alzada. Veamos: Por Santa Lucía sobre Texcoco, por la Termoeléctrica en Huexca, por el Tren Maya, por la Refinería de Dos Bocas, por la siembra de árboles frutales y maderables, por dobletear las pensiones de adultos mayores, por jóvenes construyendo el futuro, por becar estudiantes, por gratuidad en medicinas y atención médica, por gratuidad en internet, por el Corredor Transístmico. AMLO en referencia a que las consultas hayan sido realizadas a modo: “Pues no, porque tenemos autoridad moral y por eso tenemos también autoridad política”, ufano de que la consulta popular y la revocación de mandato son ya reformas constitucionales aprobadas por el Congreso de la Unión que buscan consolidar la justicia social.
La agenda presidencial pondera el relieve de los pendientes nacionales, el crecimiento económico del país resulta menos alarmante que el uso y destino del avión presidencial. Lo curioso es que “la gente” baila al son que le toquen. El punto relevante es si el avión presidencial significa un ostentoso capricho faraónico, o más bien, una necesidad para el traslado seguro, eficiente, continuo, privado e indispensable que requiere el Ejecutivo responsable de una nación. Es discutible el lujo y boato que parece distinguir al avión de marras, pero el cuestionamiento medular es, ¿se requiere un avión presidencial? y la respuesta es SÍ. En tanto, está saliendo más caro el caldo que las albóndigas. Además debe aclararse si es factible rifar un avión arrendado, porque de ser así, posiblemente decida yo rifar el auto que tengo arrendado.
Difícil sustraerse de la globalidad que mantiene interconectado al globo terráqueo. Las relaciones entre dirigentes de distintos países son fundamentales para establecer acuerdos, incrementar el comercio, fomentar inversiones, crecer el turismo, etcétera. Destinar un avión para transportar al presidente de un país y su comitiva para cubrir compromisos internacionales no ha sido una prerrogativa exclusiva de México. El costo del mismo sería discutible, pero no la decisión de tenerlo.
El aislasionismo practicado por López Obrador en política exterior lo ha marginado de establecer relación directa con otros dignatarios, asistir a foros de trabajo, a la ONU o a efectuar visitas de Estado. Es el caso actual del Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, que convoca desde 1971 a jefes de Estado, empresarios, CEOs, economistas, académicos, intelectuales, activistas y destacadas personalidades para tratar temas económicos globales. México ha fungido como un destacado participante en Davos, hasta el presente año en que la representación recayó en la inexperta secretaria de Economía, Graciela Márquez, quien no supo convencer el porque del nulo crecimiento, el desempleo, la política energética o la cancelación del aeropuerto de Texcoco. La asistencia se mostró decepcionada por el desinterés y escasa presencia del gobierno mexicano en Davos.
¿Será verdad que la mejor política exterior es la interior?