Estados Unidos, el poderoso país democrático por excelencia, celebró elecciones presidenciales tres días atrás, sin haber concluido la jornada con un indiscutible vencedor, incluso con el reclamo del hoy presidente y candidato republicano a la reelección, acusando a la oposición demócrata de intentar “robar” las elecciones.

El hasta ahora imbatible Donald Trump mostró contar con mayor apoyo electoral al pronosticado por los ya no tan confiables encuestadores que lo colocaban 8 puntos atrás del candidato demócrata. La inicial ventaja de Biden se redujo de tal modo que la decisión final de la contienda quedó a cargo de unos cuantos estados del medio oeste, pendientes de concluir el recuento de los votos recibidos por correo. Pasando la medianoche Trump se declaró ganador, aunque le querían “robar” la elección contando votos extemporáneamente. Trump venía anunciando la ilegitimidad del proceso electoral, anticipando que sólo reconocería los resultados si él ganaba.

Consideremos que las presentes elecciones iniciaron con más de 100 millones de votos emitidos anticipadamente por correo —inadmisible extravío de votos en 15 estados—, alcanzando un porcentaje de participación del 67 % del padrón electoral, la mayor presencia en más de un siglo, convirtiendo a Joe Biden en el candidato presidencial más votado de la historia con más de 70 millones de votos. El desfase en el conteo de votos recibidos por correo demerita la esperada pulcritud de las elecciones estadounidenses. Asimismo, sería pertinente honrar a la democracia anulando los colegios electorales, implantando el voto directo, es decir, que el mayoritario voto popular decida el resultado de las elecciones. Trump optó por impugnar legalmente las votaciones en 4 estados, en Wisconsin —ya otorgado a Biden— exigió un recuento de voto por voto y en Michigan —ya otorgado a Biden—, Georgia y Pennsylvania frenar el conteo alegando irregularidades. El visible objetivo de Trump fue descarrilar el proceso electoral provocando una posible crisis constitucional.

El estrafalario Donald Trump catalogado como altanero, racista, impositivo, grosero, corrupto, sexista, etcétera, ejerció una activa política con pros y contras, tales como la Reforma de Justicia Penal, el T-MEC, retiro del acuerdo nuclear con Irán, retiro de tropas del norte de Siria, salida del Acuerdo de París, recortes de impuestos, aumento de salarios, guerra comercial con China, libró un impeachment, redujo la inmigración casi a la mitad, coadyuvó en las relaciones entre Israel y vecinos árabes. Mención aparte merece el criticado manejo de la pandemia —kryptonita para Trump— que ha costado 234 mil vidas en la Unión Americana y cerca de 10 millones de contagios, colocando al país en histórica crisis económica, la cual ha costado más de 22 millones de puestos de trabajo y 9 millones en recorte salarial, estableciendo nuevo record en su deuda nacional.

Joe Biden promete recuperar la decencia nacional, controlar el covid, recuperar la economía gradualmente, promover proyectos de energías limpias y de investigación tecnológica, finalizar las emisiones de carbono, retornar al Acuerdo de París, promover al salario mínimo hasta 15 dólares por hora, reconsiderar impuestos a grandes causantes, representar a todos los estadounidenses indistintamente.

Típica respuesta de un candidato populista perdedor: ¡Paren el fraude! En tanto, esto no se acaba hasta que se acaba!

Analista político

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