El inmediatismo es uno de los males de nuestro tiempo. Esa necesidad por mostrar que todo puede y debe hacerse pronto y con energía, más allá de tinos y direcciones. Basta el señalamiento de corrupción, para que de pronto y sin plan, comiencen las acciones que, se nos dice, van a terminar con tan grave mal. Basta que se cierre el tratado comercial más importante para nuestro futuro económico, para que de inmediato se ratifique. Basta con que se piense en una nueva solución para militarizar más al país, para que de inmediato se creen cuerpos y se les ponga a actuar. Lo que importa es hacerlo rápido, tanto para que se vea quién manda, como para que quien manda sepa que lo hace. El valor a realizar es la inmediatez, tanto que adquiere formas de inmediatismo, más patología que virtud política.
En la polvareda levantada por el mucho correr, está apareciendo, por ahora espectralmente, pero con amplias posibilidades de encarnarse en una dura realidad, uno de los temas más antiguos de nuestros ciclos históricos. Desde los primeros días de nuestra vida independiente, los conflictos federales definieron los modos nacionales de estar. Tanto, que bajo sus dos posibilidades más conocidas, se convocaron a los grupos que propugnaban por dos maneras de constituirnos como república independiente. Federalista y centralista eran modos en que nuestros antepasados se pensaron y nos imaginaron conviviendo. Desde su victoria, el federalismo mexicano ha sido un problema, a veces más agudo, a veces mejor administrado, pero siempre fuente de tensiones. Por momentos, por las competencias entre élites; también, por sobrevivencia regional. Las génesis de las tensiones son varias, pero su existencia constante.
En la polvareda inmediatista que se ha impuesto, no estamos apreciando lo que antes se designaba como “problemas estructurales”. Las cuestiones que, con independencia de partidos, grupos o situaciones presentes, determinan los modos de ser del proyecto nacional. Más allá de las obvias centralizaciones competenciales que desde hace años vienen haciéndose por la federación a costa de los estados, lo cierto es que desde hace tiempo han aparecido voces con claras demandas regionales. En unos casos, para reivindicar el respeto a las soberanías constitutivas, y en otros, el mejor acomodo a las acciones centrales. Voces que proponen o de plano crean formas nuevas de relación centro-periferia. Tomo un ejemplo.
De a poco y sin que hasta el momento se haya hecho, las entidades federativas han comenzado a construir una nueva y propia base recaudatoria. Algunos estados constitutivos del pacto federal han establecido impuestos propios. Partiendo de la autorización dada por la Suprema Corte al cobro de externalidades a cuento de la minería zacatecana, otros estados van introduciendo cobros semejantes respecto de bienes o actividades asentados en su territorio. Los intentos recaudatorios iniciales, están multiplicados. Hasta hoy, pareciera estarse ante reacciones a las magras entregas derivadas de la tan señalada austeridad presidencial.
El problema principal con el inmediatismo es que impide ver las cosas con perspectiva a futuro. Como todo acaba por justificarse en la variable velocidad, no queda espacio para la reflexión ni, mucho menos, la ponderación. Lo que se está haciendo con el así llamado pacto federal es una buena muestra de ello. Lejos de utilizar verbos como conducir, armonizar o negociar, se están imponiendo otros como disciplinar, controlar o someter. Los incipientes pero constantes pasos reivindicatorios locales, pudieran estar mostrándonos unos de esos devenires nacionales que tanto nos lastimaron y dividieron en el pasado. No vaya a ser que por querer hacerlo todo pronto, se termine por hacerlo todo mal.
Ministro en retiro. Miembro de El Colegio Nacional.
@JRCossio