Afortunadamente, la salud del presidente López Obrador mejoró después de someterse a un procedimiento médico. Me alegro por él, por sus familiares y por la marcha institucional del país. Las cosas vuelven a la normalidad que tenían, con todos los problemas y los sobresaltos que genera su forma personal de gobernar.

En sus días hospitalarios, López Obrador reflexionó —o se animó a contarnos— de su herencia política. Volvió a sus obsesiones sobre cómo pasará a la historia al dejar el cargo. Por ello nos habló de su testamento, aun cuando se reservó sus partes más interesantes. ¿Qué bienes componen la masa hereditaria? ¿Quiénes son sus herederos y legatarios? ¿Quién será el albacea que habrá de ejecutar el testamento? Como nada de esto dijo, debemos conjeturarlo.

La masa hereditaria es de composición incierta. Las facultades que le otorga el orden jurídico al Presidente de la República son para quien ocupe el cargo y no para alguien en lo individual. Los bienes políticos con que cuenta son de dos tipos. Los personalísimos, como su carisma o sus lealtades, y los que provienen del movimiento que encabeza. Los primeros son difícilmente transmitibles. Los segundos dependen en mucho de la permanencia y sobre todo de la unidad de su movimiento. Si éste se fragmenta en frentes o en liderazgos, poco queda por repartir más allá del deseo de hacerlo.

La condición de los herederos depende de la sobrevivencia de los bienes. Por sus aprehensiones históricas, López Obrador no puede aceptar que los herederos dilapiden lo heredado. Tienen que mantenerlo unido para su propia gloria. ¿Quién le garantiza esa continuidad? ¿Su esposa, los secretarios de Gobernación o de la Defensa, o alguien más? Los bienes que reciban quienes los hereden, tendrán que usarse para cumplir tareas específicas. Todas ellas, me temo, para la mayor gloria del testador.

El tema del albacea es interesante. ¿López Obrador piensa que debe ser la misma persona la que herede y estructure todo el proceso hereditario? O, por el contrario, que quien conduzca ese proceso entregue los bienes a quien vaya a darle continuidad a su legado. Si está pensando en lo primero, desde ahora son predecibles los conflictos entre quienes sean llamados a heredar; si piensa en lo segundo, es predecible que tan poderoso albacea terminará quedándose con tan cuantiosa herencia.

Al hablar de su testamento político López Obrador ha mostrado, una vez más, su concepción del poder que ejerce y lo que supone es su posición en la historia nacional. Asume que tiene un capital político propio y asegurado. Que puede transmitirlo a quien él diga en las condiciones que quiera. Me parece que no se percata de la precariedad de sus bienes. Muchos de ellos dependen de su cargo y no de su persona. Son muchos quienes se sienten llamados a heredar por derecho propio. No existe un ente capaz de mediar entre los disputantes, ni transmitirles a otros los bienes sin suponer que él mismo cuenta con el derecho a recibirlos.

A López Obrador le sucede lo que a muchos viejos ricos. Confunde su capacidad para crear su patrimonio con el control del mundo en el cual lo ha formado. Que él tiene importantes bienes políticos, nadie puede dudarlo. Que los mismos vayan a servirle para exaltarlo atemporalmente, es ya cosa distinta. Los esposos, los hijos, los hermanos, los sobrinos o hasta los amigos y conocidos, suelen creer que tienen derechos propios para heredar y para disponer de lo heredado. No veo por qué con López Obrador debiera ser distinto.

Ministro en retiro de la SCJN.
@JRCossio

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