Hace unos días tuve la oportunidad de participar en la presentación del libro Los otros, del profesor Pablo Yankelevich (El Colegio de México, 2019). Su lectura me llevó a modificar el ingenuo entendimiento que tenía de la política migratoria del Estado mexicano en el siglo XX. Ello fue así, porque en la narrativa ordinaria asumimos que, desde siempre, les hemos dado cabida a todos los que quisieron venir y asentarse en nuestro país. Nos hemos repetido y lo seguimos haciendo, que en nuestra mejor tradición nacional está recibir extranjeros, acogerlos generosamente y asimilarlos. Ahora que nuestras autoridades han decidido otorgarle asilo político a Evo Morales o que están tratando de sobrellevar la política impuesta por el presidente Trump para evitar que los flujos migratorios centroamericanos lleguen a la frontera norte, tan beatífico discurso es repetido sin cesar.
El profesor Yankelevich muestra a partir de una muy importante base documental, que nuestro país ha sido diferenciador y selectivo en su política migratoria. Por una parte, en efecto, ha restringido la inmigración imponiendo cuotas por nacionalidades o vetando directamente la entrada de “razas” o nacionalidades. Del análisis de las leyes en materia de migración vigentes en el siglo XX, tales determinaciones quedan expuestas y muestran partes muy lamentables de un accionar político y jurídico que, seguramente, reflejaba y/o direccionaba, prejuicios, sentires y haceres sociales. En esas normas encontraremos que ciertas razas o pueblos eran calificados como “indeseables”, “inferiores” o diferenciados mediante etiquetas semejantes. Existen también, así como se lee, memorandos secretos en los que se ordena, abiertamente, desconocer el contenido de las leyes para impedir la entrada de personas que, por sus orígenes, eran considerados aún más “indeseables” de lo que en las leyes ya se había determinado. La parte normativa, queda asentado en el libro, estuvo diseñada por el Congreso de la Unión, el presidente de la República y la Secretaría de Gobernación, para cerrar a México de modo general, constante y selectivo.
En la parte administrativa y como lejano fondo a lo que hoy continúa sucediendo, las cosas no fueron mejor. La corrupción, la improvisación y la precariedad presupuestal de los órganos mediante los cuales pretendía llevarse a cabo la política migratoria, terminó por generar una acción paralela a la que, más allá de temas y problemas, estaba diseñada en las normas correspondientes. Estas debilidades produjeron maltratos, injusticias y arbitrariedades que, en modo alguno, fueron inconsecuentes o caóticas. Clara y constantemente, produjeron el rechazo a los extranjeros. Simultáneamente, mostraron las maneras como los mexicanos de entonces quisieron entenderse y construirse, así haya sido mediante la negación de los otros, de los tenidos por diferentes. Lo que el libro del profesor Yankelevich muestra, de manera adicional y clara, es que si bien en nuestro país ha habido una muy restrictiva y generalizada política migratoria, se ha mantenido una buena apertura en cuanto al asilo político. Así las cosas, cuando se habla de la larga y robusta tradición nacional, es preciso matizar el discurso y diferenciar entre ambas formas de incorporación.
Hoy en día y ante nuestros ojos, estamos viviendo ya una severa crisis migratoria. De seguir las cosas así, pronto, me temo, adquirirá la condición de humanitaria. Al reflexionar sobre este grave fenómeno, es importante no caer en el juego ideológico o en la falsa añoranza, de que el nuestro ha sido un país abierto y generoso. No nos refugiemos en el discurso de un pasado ficticio. Mejor, enfrentemos nuestro tiempo con los elementos materiales que deben regirlo. Esto es, a partir de los derechos que nuestra Constitución y los tratados internacionales que hemos ratificado, le otorgan, sin ambages, a quienes pretenden migrar, refugiarse o asilarse en México.
Ministro en retiro. Miembro de
El Colegio Nacional