La primera y más evidente manifestación de una pandemia es biológica. Como consecuencia de la acción de unos agentes, se producen contagios, el número de personas infectadas crece y las muertes suceden. En esta dimensión, las pandemias podrían ser entendidas como fenómenos puramente naturales. Como aconteceres más allá de la previsión y la acción humanas. Sin embargo, en tanto las pandemias ocurran con y en los seres humanos, inmediatamente adquieren dimensión social. Frente al proceso virológico, se actualizan cuestiones sanitarias, médicas, religiosas, económicas, jurídicas y políticas. El conjunto de las acciones que se tomen habrán de definir, en primer lugar, lo que la pandemia sea; luego, y con base en esas determinaciones, el modo de enfrentarla.
Si en un momento de la historia una pandemia se entendió como castigo divino, las sociedades afectadas realizaron los ritos que sus prácticas religiosas preveían para enfrentar catástrofes. Si en otro momento, como de hecho aconteció, la pandemia fue atribuida a los miembros de una comunidad por razones raciales o religiosas, las soluciones que se tomaron, más allá de si hoy nos parecen razonables, fueron raciales o religiosas.
En los tiempos que vivimos no es claro cómo se está concibiendo la pandemia en el mundo. Tampoco en México. Obviado su carácter biológico primario, ¿cuál es el origen de lo vivido? ¿Mera irresponsabilidad de los chinos? ¿Un acto más de dominación capitalista? ¿Una acción deliberada para contrariar los designios de la autodenominada cuarta transformación? La cuestión no es trivial. Si en el imaginario colectivo se asienta la idea de que efectivamente se trata de una acción deliberada para descarrilar el proceso en marcha, las respuestas que desde el gobierno y algunos sectores de la sociedad se articularán serán de antagonismo o desatención. Se pensará que no tiene ningún sentido luchar en contra de un mal artificialmente creado y que lo conducente es ignorarlo. Inclusive, se pensará que resulta más correcto enfrentar a quienes lo han promovido, más como cruzada moral que como esfuerzo sanitario.
Lo acabado de señalar puede parecer exagerado. Comprendido en la dinámica de la pandemia y la crisis social que sobrevendrá, puede ser importante. Si el gobierno, como se evidencia cada día más, asume que la pandemia producida por el Covid-19 es una mala jugada del destino o la acción aviesa de ciertos personeros, entenderá que lo suyo, por equivocados mecanismos psicológicos y malas razones morales, debe ser ignorar el fenómeno y mantener los objetivos que, se asume, la población definió el 1 de julio del 2018. Dicho de otra manera, si el fenómeno pandémico es construido como algo ajeno o disruptivo, no se entenderá como algo propio ni, en consecuencia, como algo necesariamente combatible.
Nuestro gobierno y sus más fieles seguidores han perdido un tiempo muy valioso en discutir lo que para ellos es o debiera ser la pandemia. Han querido representársela como ajena, poco relevante o pasajera. Como algo que por no caber en el proyecto o, al menos, por no hacerlo de un cierto modo, puede ser pospuesta o minimizada. En los próximos días se definirá, por la sociedad y el gobierno en disputas cada vez más álgidas, lo que la pandemia sea. ¿Mera y pasajera circunstancia, castigo divino, conspiración global, atentado al líder? En este proceso importa mucho participar para construir una idea básica que nos permita contar con una representación adecuada del fenómeno frente al cual estamos. Solo si se logra este objetivo, será posible enfrentarlo seria, científica y racionalmente. De otra manera y mientras muchas personas mueren, seguiremos viendo di slates, retrasos, contradicciones y tonterías de las autoridades. También, defensas airadas, bots, descalificaciones y negaciones de las incapacidades que estarán generando esas muertes. Si bien no todo, sí mucho de lo que hagamos en la pandemia y seamos después de ella, pasa por construir su correcta representación.
Ministro en retiro.
Miembro de El Colegio Nacional.
@JRCossio