Después de un largo camino, campañas y propagandas que parecían interminables, llegó el gran día de la fiesta democrática. El proceso fue tortuoso en muchos sentidos y los resultados nos dejan enormes lecciones que, ahora sí, no podemos dejar pasar.

Después de las campañas, en las urnas, la oposición se derrumbó. Además de representar, la principal labor de un partido es ganar elecciones, ahora es claro que la relación ciudadanía-poder se ha transformado. En lo personal, después de haber estado en 3 campañas consecutivas, creo que debemos cuestionar cuál es el rol que los partidos tienen en el México de hoy. Su función y relevancia histórica son claras. ¿Pero cuál es su propósito más allá de las curules o escaños que ocuparán en el Congreso? Al comenzar 2018, su misión, su winning aspiration, era contribuir a la reconciliación nacional para llegar a las siguientes elecciones como un mismo país, además de servir como contrapeso. Hoy, a la deuda partidista se añade el realizar una introspección que los lleve a evolucionar pues, en democracia, sólo la victoria da estatura a su presencia política (Colosio Murrieta, 1994).

A lo largo del proceso electoral, las propuestas también fueron escasas y dejaron mucho a deber. Cuando las hubo, su presentación fue ambigua y los debates y mítines más que convocar a la participación y unidad de la ciudadanía, sirvieron para atacar de un lado a otro. Ninguna campaña a ningún nivel definió un propósito claro más allá de ocupar el cargo, ninguno verdaderamente alineado con lo que México necesita. La preocupación de las juventudes que vivieron su primera elección, por lo que escuché y sigo escuchando, no sólo estaba en dicha ausencia de propuestas y propósito, sino en una total desconfianza en el sistema político de nuestro país.

Si bien, definir una fórmula única para ganar elecciones es difícil, es claro que para tener resultados contundentes en las mismas, debemos ser capaces de generar propuestas sólidas. No basta con señalar lo que está mal o no nos parece. Construir acuerdos y confianza en el electorado implica un diálogo permanente. Para trascender, las campañas, partidos, candidatos e instituciones deben tener un propósito claro y la firme convicción de servir a las y los mexicanos. Ya lo dijo Claudia Ruiz Massieu: “las convicciones o son congruentes o son mentira”.

Hasta 2018, vivimos cerca de 30 años de liberalismo económico. Al día de hoy, hemos vivido 6 de un modelo que se parece mucho a algún corporativismo mexicano que ya habíamos visto, pero cuyo propósito seguirá definiéndose los próximos años y se mantendrá hasta que termine este ciclo político y uno nuevo inicie, como pasó hace 6 años. Sea cual sea el proyecto económico y de gobernanza, el nuevo gobierno llega dotado de un capital político muy codiciado y, afortunadamente, poco visto, que podría aprovechar para hacer los cambios estructurales que, en su visión, permitan a México crecer de manera sostenida.

A la Presidenta electa, le deseo el mayor de los éxitos en sus nuevas responsabilidades, en ejecutar su proyecto-Nación para un mismo país, el que conformamos todas y todos, y en cumplir con la protesta de guardar la Constitución, que hará el próximo 1 de octubre. A nosotros, las y los mexicanos, nos reconozco haber participado en esta fiesta democrática y nos recuerdo que no es el único evento político en el que podemos y debemos participar, que la trascendencia de nuestra voz y de nuestras acciones no depende ni de los partidos ni de los candidatos, sino de nosotros mismos. México nos necesita a todas y todos. Sólo juntos podremos construir el país que queremos y es por medio de nuestra participación, de nuestro trabajo diario, de nuestros valores cívicos y familiares, de nuestras convicciones y propósito alineados a México, que estaremos a la altura de los tiempos.

@JosePabloVinasM

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