Con la exoneración de Manuel Bartlett, el Presidente López Obrador cierra el año a tambor batiente. El consomé de barbacoa en el carretero comedero de Palmillas corona la Operación Maestro Limpio. Voy derecho no me quito, nos sonríe con ese gesto conocido cuando dice sin decir, Con Todo Respeto.
Una a una y a granel a lo largo de muchos agitados meses nos ha repetido sus Apuestas Mayores, sazonadas siempre con las conocidas parábolas cuya moraleja archisabida de Primero pasa un camello por el ojo escrutador de Doña Raquel Buenrostro que un conservador neoliberal fifí pueda quedar libre de culpa, salvo, claro está, que se convierta y lo laven las aguas del Jordán de Doña Eréndira.
El crecimiento económico, la seguridad recobrada, la concordia con el gobierno americano, la respetuosa relación entre poderes y niveles de gobierno y la civilizada convivencia entre el régimen y todos los sectores de la sociedad están por verse y el fin del año son ocasión más que propicia para pedir todo ello al Niño Jesús o enlistarlos en los propósitos del año próximo.
Añadiría otro no menos importante aunque menos presente, la salud, muy en especial la mal llamada Salud Mental. La Organización Mundial de la Salud reitera y eleva su llamada de atención ante el subrayado incremento de enfermedades como la ansiedad, la depresión, los trastornos de pánico, sus concomitantes como la paranoia, la evasividad, la agresividad, el delirio y puntos intermedios y extremos como el alcoholismo, la drogadicción, la violencia y el suicidio. Son ya padecimientos invalidantes a nivel mundial con elevadísimos costos sociales por días laborales perdidos como económicos por los fondos necesarios para prevenirlos y atenderlos. El Instituto Nacional de Psiquiatría refrenda y documenta el incremento de la incidencia de estos trastornos en nuestro país haciendo especial énfasis en el enorme déficit de la calificada atención que se les presta.
No cabe duda que un ambiente con carencias, inseguro, dudoso, descalificador, insuficiente, amenazante, imprevisible, presionante, ruidoso, ajetreado, sin tiempo ni calma, estridente, se convierte en terreno más que fértil para este tipo de contagio y propagación, en causa de estos desarreglos en última instancia bioquímicos y en escenario donde los afectados en grados diversos concurrimos cerrando con ello un círculo vicioso mas, el de la convivencia enferma.
El clima nacional con sus asignaturas pendientes es un gran caldo de cultivo para la proliferación de tales trastornos, el presupuesto para salud es notoriamente insuficiente para comprometer cobertura universal y de calidad, los recursos asignados para la atención de esta patología han sido históricamente muy limitados y los recortes recientes han venido a subrayar todo lo anterior.
Aunado a ello un hecho cultural contribuye en mucho, si bien pasivamente, a la muy poca atención que en nuestro país prestamos a estos males individuales potenciados en lo social. Nuestra educación tanto formal como informal, escolar como doméstica, no nos informa ni sensibiliza para la detección temprana de estos
trastornos y, en mucho aún, los considera o socialmente justificados (son nervios, sólo malos humores, decimos) o socialmente vergonzosos (mal carácter, sentenciamos). Total que en eso Nadie se fija, si alguien lo hace No lo dice y, si alguien dice, Nadie lo cree. Ignorancia mas falta de recursos igual falta de atención igual convivencia enferma.
Nadie, ninguno, estamos exentos de este tipo de contagio en un clima así de propicio. En lo particular, las muy demandantes responsabilidades de quienes desempeñan los altos cargos públicos los hacen más expuestos a este tipo de trastornos y por ello es muy atendible la recomendación de que esmeren la atención a sí mismos. En lo general es apremiante un Programa Nacional de Atención Primaria contra la Ansiedad.