Al gobierno de Claudia Sheinbaum le espera una tarea complicada. Gobernar nuestro país nunca ha sido tarea sencilla. Hacerlo ahora será muy intrincado. Doy mis razones. En primer término, porque el presidente López Obrador consiguió lo que quería: dividir a la sociedad. Enfrentados difícilmente avanzaremos y la amenaza de la fractura social persistirá. En segundo lugar, porque a los problemas que se arrastraban en 2018 se han agregado otros nuevos o los que entonces enfrentábamos se han agravado sustancialmente.
También están las razones presupuestales. Los fondos y reservas de los que se podía echar mano se han agotado y los compromisos para sostener una política social que no resuelve de raíz los problemas será difícil de mantener seis años más sin una reforma fiscal que ningún gobierno quiere hacer, pero que a México le urge. En adición el panorama internacional es muy complicado.
A todo lo anterior se debe agregar una gran incógnita: cuáles serán la conducta y las reacciones de López Obrador cuando deje de ser presidente, la realidad lo despoje del glamur derivado del poder y reciba los primeros golpes. Cuando algunos de sus cercanos colaboradores tengan que rendir cuentas ante la justicia o lo traicionen. Cuando tengan que cesar los negocios de familiares, colaboradores y cercanos. Cuando la presidenta le marque un alto a sus demandas. Un amigo muy querido me ha dicho que durante septiembre se empezará a despejar esa interrogante. Solo faltan menos de tres meses para ello.
Lo que la virtual presidenta de México tendrá que decidir primero, es si se inclina por la complacencia al líder político que la llevó al sitio que ahora ocupa, o decantarse por cumplir a plenitud con el papel que la historia y la sociedad le han asignado. Lo veremos en cuanto ella y sus colaboradores reconozcan o no la realidad, la magnitud de los problemas que aquejan al país y las dificultades que se tendrán que remontar. Seguir por más tiempo fingiendo que todo está bien es tan inconveniente como pensar que todo está mal.
Tres ejemplos bastan para apreciar la magnitud del desastre de estos seis años. Inicio con la salud. Qué peor noticia que la existencia en este sexenio de cientos de miles de muertes que no debieron ocurrir y el debilitamiento de nuestras instituciones públicas de salud, al igual que del cinismo, la arrogancia y la profunda incapacidad de Jorge Alcocer, Hugo López-Gatell y colaboradores.
Sigo con el tema del desapego al Estado de Derecho encabezado por el presidente, con consecuencias graves en la seguridad, el aumento de homicidios y la desaparición de veintenas de miles de personas, con el debilitamiento de la lucha contra la corrupción y la impunidad, así como con la presencia del crimen organizado en la vida cotidiana de la sociedad. Termino con el señalamiento de los efectos negativos que veremos en el futuro después del descuido en educación, ciencia, cultura e innovación.
Me preocupa reconocer que la sociedad decidió de forma abrumadora el 2 de junio, no dar un voto de castigo al gobierno en turno y, por el contrario, frente al desastre de las oposiciones, manifestar la aceptación de continuar con la exploración de rutas que nos regresan a formas superadas de concentración del poder, debilitamiento institucional y riesgo de retroceso en muchas áreas de la vida colectiva. Por el bien de México y de nuestra sociedad deseo que las cosas cambien. Varias de las designaciones de la doctora Sheinbaum son muy alentadoras. Falta que López Obrador la deje ser y ejercer el mandato que ella recibió.