Inicio con un agradecimiento para quien contribuyó a la elaboración de este tercer artículo que no pude elaborar en su totalidad por razones personales. En las entregas anteriores me he referido a la situación tan contrastante que enfrentamos en nuestros días en prácticamente todo el planeta. De la mano de grandes avances que han hecho de la nuestra una era de tecnología, información y conocimiento, los problemas de siempre siguen presentes. Hechos tan sorprendentes como el desarrollo de la vacuna del Covid-19 en apenas unos cuantos meses o tan indignantes como a la incapacidad de resolver asuntos como el hambre y la inanición, revelan al nuestro como un mundo de contradicciones.

En lo nacional, la perspectiva no es mucho mejor. Los avances en indicadores fundamentales como el alfabetismo, la mortalidad infantil o los servicios básicos en las viviendas, se contraponen con dolorosas realidades que siguen afectando a quienes menos tienen. Resulta inconcebible seguir siendo, más de 200 años después, el país de la desigualdad al que Alexander Von Humboldt se refería al afirmar que “acaso en ninguna parte la hay más espantosa en la distribución de fortunas, civilización, cultivo de la tierra y población”.

En esta última entrega de la serie exploraré los que considero los tres asuntos principales en los que se presentan contrastes importantes y se convierten en las grandes paradojas que afectan a nuestro país: lo social, lo económico y lo político.

A los problemas de siempre, en los últimos años han venido a sumarse nuevas calamidades que nos demuestran la fragilidad en la que viven quienes menos tienen. Sin embargo, existen otras cuestiones que afectan no solo a sectores específicos, sino a la sociedad en su conjunto y de las que pocas veces se habla a pesar del enorme efecto que provocan en la vida colectiva. Ahí están la indiferencia y el conformismo, la apatía y la incapacidad de indignación, la falta de solidaridad y el egoísmo. Siendo asuntos que tienen que ver con la actitud de las personas, resulta incomprensible que no hagamos nada para desterrarlas.

Como ya mencionaba, la desigualdad ha sido un mal que ha perseguido a México y a su sociedad desde tiempos remotos. Siendo un aspecto casi endémico de nuestro país, es increíble que hasta el momento ningún gobierno haya adoptado acciones serias y determinantes para disminuir la brecha entre los pocos que tienen todo y los muchos que sobreviven con lo indispensable. Se requiere, con urgencia, de una reforma fiscal agresiva que permita ampliar la base de contribuyentes y que cobre más impuestos a quienes acumulan más riqueza y especulan con la pobreza ajena. Junto con la fiscal es necesario emprender, también, una profunda reforma laboral.

México y su sociedad necesitan tomarse en serio la defensa de la democracia que por tantos años fue la lucha de las minorías y que hoy parece en riesgo ante el regreso de mayorías apabullantes que ocupan, a partir de una misma línea política e ideológica, prácticamente todos los espacios de toma de decisiones. Sin regatear triunfos ni relativizar los resultados electorales, no se puede negar que los momentos actuales son los más delicados por lo que hemos atravesado a lo largo de este siglo para la frágil democracia mexicana.

El destino del país no puede depender de unos cuantos y debe ser de interés de toda la sociedad. Hago votos para que el 2025 nos permita asumir, a todos, las decisiones que nos conduzcan a resolver aquellas calamidades que nos aquejan y que ponen en riesgo la posibilidad de tener el país que queremos.

Exrector de la UNAM. JoseNarroR

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