En México las cosas no van bien y por desgracia pueden empeorar. El argumento toma fuerza si se analiza lo sucedido en los últimos cuatro años y se anticipa lo que puede ocurrir durante los próximos dos. Quienes lleguen a gobernar en 2024 enfrentarán un panorama muy complicado por decir lo menos. A los males de siempre se habrán sumado nuevas dificultades. En vez de la transformación deseada, tendremos una destrucción mayúscula. En lugar de la unidad, prevalecerán la división, el enfrentamiento y la polarización. Nuestros problemas de siempre: la pobreza, la ignorancia, la corrupción y la inseguridad, si nos va bien seguirán igual que ahora, lo más probable es que se hayan acentuado. Plantear entonces solo reformas superficiales no será suficiente y muchas áreas se tendrán que construir de nuevo, organizar desde sus cimientos. Por supuesto que no pretendo insinuar que en 2018 las cosas estuvieran bien. Lo que sucede es que muchos de los problemas se han agravado y han surgido otros que pensábamos superados. Lo peor es que en muchos sectores habrá decepción y frustración. En la vida, la soberbia no es buena compañera de viaje, pero tampoco lo es la desesperanza.
Tomo tres espacios de la dimensión pública para sustentar el argumento: la salud, la educación y la democracia. En el primero de ellos lo que ha pasado es deplorable. Los datos oficiales muestran que entre marzo de 2020 y diciembre de 2021 en el país tuvimos más de 667 mil defunciones por arriba de las esperadas. En adición, hay que recordar que entre 2018 y 2020 la carencia social más deteriorada fue el acceso a los servicios de salud. La cifra se incrementó en más de 15 millones al pasar de 20.1 a 35.7 millones de personas. No hago referencia, por falta de espacio, a numerosos problemas adicionales. En el caso de la educación, la reforma aprobada en 2013, simplemente se suprimió; la infraestructura escolar se deterioró; el rezago escolar se incrementó en casi un millón de personas; en bachillerato no se alcanzó la cobertura universal y la cifra está veinte puntos porcentuales por debajo de la meta; se desapareció el programa de escuelas de tiempo completo, y se generó un déficit de preparación que tendrá consecuencias en el futuro. Por si todo esto fuera poco, se atenta contra la autonomía de la UNAM y de las universidades públicas de manera reiterada.
En la democracia los retrocesos son evidentes. Ahí están el regreso del autoritarismo y la concentración del poder; el desprecio por la ley y las oposiciones; los graves retrocesos en el equilibrio entre los poderes; la degradación del insuficiente federalismo nacional; el ataque persistente a las instituciones garantes de la democracia electoral; y por supuesto el combate cotidiano a libertades esenciales como las de prensa y expresión. Sin embargo, tal vez lo peor de todo es la polarización. El discurso de odio que se siembra todas las mañanas es muy peligroso. La violencia política con la que se descalifica y la amplificación que hacen algunos, no presagia nada bueno y apunta a males mayores. Lo lamento, pero por supuesto que “la ley es la ley” y que nadie es traidor a la patria por pensar diferente, por expresar su desacuerdo o por votar de manera diferenciada. México no necesita de un predicador en la presidencia de la República. Lo que requiere, y con urgencia, es tener un verdadero jefe de gobierno y de Estado. México necesita un líder equilibrado que piense más allá de lo político, de lo electoral, de la próxima elección, de su partido y sus seguidores, de la necesidad de colocarse él mismo en la historia. Antes requerimos serenidad para avanzar.
Exrector de la UNAM.
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