Confieso que tengo una idea muy distinta a la del presidente respecto de las razones para buscar el poder político. Creo que los objetivos se deben centrar en la gente, en sus condiciones, en la manera de resolver los problemas de siempre, en la forma de generar mayores opciones de desarrollo individual y colectivo. Estoy cierto que la apuesta pasa por la salud, la educación, el empleo completo, la seguridad y la lucha en contra de la corrupción y la impunidad. Confío en la democracia y en la unidad de la sociedad para conseguirlo.
Por ello pienso que desmantelar las instituciones del país, promover la polarización, combatir la pluralidad y favorecer el autoritarismo, no son las formas para conseguirlo. Sé que hoy la opinión de la mayoría de los ciudadanos no está del lado de tener una discusión abierta de estos temas. También, que es mejor creer en la ilusión y el voluntarismo que enfrentar los datos duros que presenta la realidad. Reconozco que las oposiciones, todas, generan más pena que entusiasmo.
Por eso, casi el 40 por ciento de los ciudadanos con derecho a sufragar, decidieron no acudir al llamado de la democracia y seis de cada diez que sí lo hicieron, votaron por la continuidad del desastre que tenemos. Los datos oficiales son contundentes: hoy estamos peor que hace seis años, hemos retrocedido mientras otros países avanzaron.
Soy de los que pensaban el día de la votación y con optimismo, que ya solo faltaban cuatro meses para que terminara el mal sueño de la República. Hoy sé que todavía se puede hacer más, mucho más daño. Creo que al agandalle que vimos en el proceso electoral, se sumará el del reparto de escaños plurinominales en el Congreso Federal y que, en esa tarea, Morena contará con la complicidad de la oposición.
No puedo sino estar en completo acuerdo con lo que señaló el doctor Diego Valadés, hace más de un año, al decir que la propuesta de reforma del proceso para designar a los juzgadores por una supuesta vía democrática, en realidad era demagógica, ya que se politizaba la justicia. Estoy seguro de que si en septiembre eso avanza en el Congreso, será un retroceso gigante para el país. La venganza del presidente estará consumada: veremos el control del Ejecutivo sobre el Poder Judicial y el riesgo de que el crimen organizado cuente con sus defensores es alto, además de que se cumplirán los deseos del presidente.
¿Cómo podemos conformarnos con padecer estas condiciones? ¿Quién gana cuando a México le va mal? ¿Cómo es posible que los partidos políticos de oposición y sus liderazgos solo piensen y hagan lo que a ellos les conviene? ¿Habrán entendido los aprendices de brujo que pretendieron manipular desde la oposición, el servicio que le hicieron al régimen y el daño que generaron al país? ¿Se atreverá la presidenta a romper con su mentor y a enmendar la ruta seleccionada? ¿Veremos el surgimiento en los próximos meses de una fuerza política distinta, fresca y con nuevos liderazgos?
No se cuáles son las respuestas a esas preguntas. En cambio, si sé que lo que no debemos repetir son los errores cometidos durante los últimos seis años. Para empezar, los “dueños” de los partidos deben entender que su fiesta terminó. Durante los últimos seis años han recibido del erario decenas de miles de millones de pesos y la discrecionalidad en su manejo debe terminar ahora. A ellos y a los aprendices de brujo les pregunto: ¿para eso querían el poder? ¡Tengan vergüenza y renuncien!