Inicio con una expresión de solidaridad total con Juan Francisco Ealy Ortiz, empresario comprometido con la libertad de expresión y amigo personal muy querido. También con El Universal, la casa editorial que me acoge y permite, como a muchos y con toda independencia, decir nuestras verdades, compartir con los lectores y formar parte de la gran pluralidad de quienes aquí escribimos. Los infundios quedan sepultados por la realidad probada y constatable.

Paso ahora a mi comentario. Esta es una época maravillosa y contrastante, llena de claroscuros. La de los mayores avances científicos y tecnológicos que coexisten con los rezagos de siempre. Una etapa del desarrollo humano en la que tenemos la capacidad de escudriñar el universo; de viajar por el interior del cuerpo humano, de ver en tiempo real su funcionamiento e incluso de “fotografiar” el pensamiento; de prevenir, diagnosticar y tratar enfermedades que hasta hace poco eran mortales; un periodo en el que disponemos de formas extraordinarias para comunicarnos y movilizarnos, para producir bienes y servicios. Una época sorprendente y extraordinaria.

Se trata al mismo tiempo, sin embargo, de una era en la que se han acentuado muchos problemas. El sistema de valores laicos se ha debilitado y el egoísmo ha incrementado. La política y la democracia se han desvirtuado. La pobreza persiste junto con la exclusión y, en muchos sentidos, la desigualdad ha aumentado. La muerte evitable está presente como también la mal nutrición por carencia o por exceso. Los viejos jinetes del apocalipsis siguen cabalgando entre nosotros: guerra, hambre, muerte y pestes. Los movimientos negacionistas, los favorecedores del complot y la conspiración, la anti-ciencia y los grupos terraplanistas, al igual que los antivacunas, han crecido en número de seguidores y en capacidad de movilización. En fin, se ha ganado en posibilidades, pero se ha perdido en capacidad de realización.

Mientras tanto, en México estamos afectados por el virus de la división, por el de la intrascendencia y el desdén, por el mal de la mentira y la simulación. Todo ello impulsado desde Palacio Nacional por el presidente y sus colaboradores diez por ciento eficientes, que nos pone en la condición de discutir sobre lo intrascendente y hacer a un lado lo importante; a debatir la forma y olvidar el fondo; a atender la coyuntura y a perder lo esencial; a luchar solo por el poder y hacer a un lado la grandeza y el servicio al país.

Muchos piensan que, en esta, la era de la posverdad, en México no hay nada que hacer. Para otros el único remedio es la resignación. Algunos consideran incluso que la próxima elección presidencial ya está decidida y que más vale conformarse. De entre ellos, los más optimistas piensan que solo hay que luchar por el Congreso Federal. Yo no estoy de acuerdo con todo eso. Hay que trabajar ahora para cambiar el estado de cosas, para abrir el debate de lo sustantivo, para incluir a todos los que así lo quieran y despertar a quienes todavía dormitan. Necesitamos discutir nuestro futuro y escapar del pasado al que algunos nos quieren regresar. Hay soluciones y formas de conseguirlo. Una es incorporarse a #mexicolectivo, al que pertenezco, y tomar parte en las actividades que daremos a conocer. Les invito a sumarse a la iniciativa a través de su página www.mexicolectivo.com para que, juntos, discutamos nuestro futuro.

Exrector de la UNAM