A la grandeza de México le acompañan debilidades históricas y amenazas que acechan. Entre las primeras destacan algunas seculares: la pobreza y la desigualdad; el desapego al Estado de Derecho que genera corrupción, impunidad, violencia e inseguridad; y carencias extendidas en educación y salud. Por lo que se refiere a los desafíos que enfrentamos, señalo tres relevantes: la polarización social que puede llegar a la fractura; la fragilidad democrática con rasgos de autoritarismo, crisis en los partidos políticos, falta de formación en ciudadanía, deterioro institucional y militarización crecientes; al igual que laxitud en los valores laicos de la colectividad. En seguida me referiré a la pobreza y la desigualdad como expresiones de nuestras grandes fallas, como males que no son solo de nuestro tiempo ni producto del neoliberalismo, ni siquiera engendros derivados de los gobiernos priistas o llegados a nuestra sociedad con la conquista. En la historia hay numerosas muestras de la pobreza y las disparidades que nos han caracterizado.

Para sustentar lo dicho, cito el Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva España, de Humboldt, publicado en 1811: “México es el país de la desigualdad. Acaso en ninguna parte la hay más espantosa en la distribución de  riqueza, fortunas (y) civilización... La capital y otras muchas ciudades tienen establecimientos científicos que se pueden comparar con los de Europa. La arquitectura de los edificios públicos y privados, la finura del ajuar de las mujeres, el aire de la sociedad; todo anuncia un extremo de esmero, que se contrapone extraordinariamente a la desnudez, ignorancia y rusticidad del populacho”. Por si no fuera objetiva esa visión, habría que recordar a Morelos en Los Sentimientos de la Nación, que en el décimo segundo enunciado nos convoca a apegarnos a la “buena ley”, para que sea posible obligarnos “a constancia y patriotismo” y que las leyes “moderen la opulencia y la indigencia; y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto”. Son señalamientos con más de dos siglos y producto de visiones coincidentes en el fondo y muy distintas en el origen.

¿Y qué pasa ahora, después de la Independencia, la Reforma y la primera “Revolución Social” del mundo? Que seguimos rezagados según datos del Coneval que registran, según sus ingresos, a más de 20 millones de personas por debajo de la línea de pobreza extrema y a 63 de la de pobreza. Que muchos en nuestra población son vulnerables por las numerosas carencias sociales: casi 25 millones en rezago educativo; 35 sin acceso a servicios de salud y 66 sin seguridad social; más de 22  sin servicios básicos en la vivienda y casi 29 millones sin alimentación nutritiva y de calidad. Junto a ello, la riqueza desmedida de una minoría. Mientras el decil con mayor solvencia concentra el 57 por ciento del ingreso, la mitad de la población  capta solo nueve. El uno por ciento de la población concentra el 47 por ciento de la riqueza nacional, mientras la mitad menos favorecida lo único que acumula son deudas (World Inequality Lab). El nuestro es uno de los países más desiguales del mundo. Esto no debe seguir así. Tiene solución, pero no es asunto de regalar dinero. Se debe contar con una política pública integral, una que incluya salud, educación y empleo para todos. Una que modere las enormes diferencias y nos comprometa a todos. Una que corrija el fondo e implique un ¡Ya basta, hasta aquí!

Exrector de la UNAM
 Twitter: @JoseNarroR