En las próximas entregas me propongo escribir sobre lo que creo sería conveniente hacer, desde la sociedad, rumbo a la elección de 2024. Esta es la primera parte y en consecuencia inicio reiterando lo que he sostenido: en México las cosas no marchan bien y por desgracia, todavía pueden empeorar. En 2009, a partir de la conversación que sostuve con un amigo, afirmé que había que refundar la República. A algunos les pareció excesivo el planteamiento. Después de catorce años, al analizar lo sucedido en los últimos cuatro años y medio y prever lo que puede acontecer en los próximos meses, parece indispensable regresar al argumento.
Quienes gobiernen al país, sin importar su partido político, enfrentarán un panorama complicado. Los problemas de siempre estarán presentes y a ellos se habrán sumado nuevas dificultades. En vez de soluciones tendremos destrucciones. En lugar de unidad, división y polarización. La pobreza, la enfermedad, la inseguridad, la ignorancia y la corrupción, si somos afortunados, seguirán iguales. En muchos sectores habrá decepción y frustración. Es cierto que, en la vida, la soberbia no es una compañera deseable en el viaje; sin embargo, hay que reconocer que tampoco lo es la desesperanza y esta será común en nuestra población.
Los retrocesos de la democracia seguirán acompañándonos. El problema tiene que ver con lo que hemos vivido en este gobierno: destrucción y deterioro de instituciones, regreso al autoritarismo y desprecio por la ley. También porque se ha violentado el equilibrio que debe existir entre los poderes de la República y afectado el régimen de libertades esenciales, entre ellas las de prensa y expresión. Una herencia muy pesada quedará después de los discursos matutinos destinados a descalificar a quienes piensan de forma distinta a la del presidente y a darle a sus seguidores argumentos para también desacreditarlos.
Por supuesto que desde la moral pública se tendrá que reconocer lo obvio, ya que, en efecto, “la ley es la ley”, además de que nadie debe ser calificado como traidor a la patria por el hecho de pensar de manera distinta al régimen en boga o por votar en el Congreso de forma diferente a la del partido mayoritario. Quienes conformen el gobierno deberán restaurar la confianza, reconciliar a la sociedad, reconocer la fuerza que nos da la pluralidad, respetar al diferente y refundar la República. Nada sencilla es la tarea por emprender, pero es indispensable. Habrá que discutir con respeto y amplitud el camino que se debe emprender y para ello el gobierno deberá escuchar.
Necesitamos que quienes gobiernen se preocupen más allá de lo político, por lo social y por la marcha de la economía, la macro, pero especialmente la de las familias. Que la atención no esté centrada en lo electoral, en la conveniencia política para el partido triunfador, y en cambio domine el interés por lo que incumbe a todos: la salud, la educación, el empleo, la seguridad. Que la obsesión radique en resolver los problemas de siempre, en prevenir los riesgos y atender las nuevas dificultades, más que empeñarse en encontrar la manera de colarse en la historia.
Hace poco leí que en la sociedad los cambios se producen gradualmente y que los grandes, los duraderos, profundos y trascendentes, “no se logran con ejércitos, ni siquiera con los expertos, se consiguen con la gente, con los que dicen ‘hasta aquí’”, ya basta. En numerosas áreas de la vida colectiva este es nuestro caso y en la próxima entrega plantearé acciones a seguir.