Como muchas cosas en la vida, el poder político que en México conceden cada seis años la democracia y los votantes al presidente, tiene fecha de caducidad. En el caso del presidente López Obrador esta fecha se cumplirá el 30 de septiembre de 2024, en poco más de dos años. Aún más, es muy probable que antes de 24 meses sepamos cuál es el nombre de quién será presidente de nuestro país. Solo por ello, el actual titular del Poder Ejecutivo debería reflexionar sobre su costumbre de polarizar, dividir y enfrentar. En esta oportunidad quiero referirme a la coyuntura, porque tiene que ver con lo fundamental: con la vida y la seguridad, con la libertad y la democracia, al igual que con la unidad tan necesaria en nuestra sociedad. Me refiero al terrible caso de los sacerdotes jesuitas de Chihuahua y a las descalificaciones e insultos a Carlos Alazraki, amigo personal y compañero de estas páginas de opinión. En ambos casos preocupan tanto el fondo del tema, como los señalamientos del presidente.
Inicio con el asunto de nuestra maravillosa entidad norteña. Un nuevo horror, un nuevo acto criminal que cuesta vidas, que violenta un derecho esencial, que ofende a todos, que genera miedo y que, por desgracia, viene a engrosar la “nueva normalidad” de la violencia, la impunidad, el crimen y la “sangre que salpica por todos lados”. Es verdad que el problema no es nuevo, también lo es que en los últimos 15 años se ha recrudecido. Mientras en 2007 se registraron menos de diez mil homicidios, en 2020 se alcanzó el punto más alto con 36,773 asesinatos. Duele, además, que el presidente no exprese la mínima empatía con las víctimas, que se vaya a jugar beisbol, que produzca un video y lo difunda, además de increpar y pretender descalificar a la Iglesia Católica por sus comentarios respetuosos y acertados. El segundo asunto tiene que ver con la descalificación insultante a uno de sus críticos. La forma como con frecuencia les responde el presidente, lastima su propia investidura. Este es uno de esos casos. Entiendo que a él eso no le importa, pero debe recordar que el poder se acaba y que eso no abona en favor del país y la sociedad. Si algo necesita México es unidad y el presidente tiene un papel fundamental en la tarea.
En muchos casos, la política y los políticos, los partidos, los gobiernos, las estructuras de poder y líderes de distintos sectores han actuado en un sentido diferente al que el país requiere. En ocasiones han sido los excesos, la mentira y la corrupción; en otras la frivolidad y el egoísmo, y frecuentemente la incapacidad para cumplir como se debe con la tarea encomendada. Creo que este es el momento de cambiar el rumbo. Desde numerosas tribunas y posiciones muchos personajes, no solo los de ahora, tendríamos que reconocer los errores cometidos y ofrecer una disculpa. A partir de ese primer paso se podría emprender una ruta diferente. En mi caso, así lo hago en esta ocasión: ofrezco una disculpa por aquellos yerros que haya cometido en mis tareas como servidor público. El proceso de reconciliación que requiere la sociedad demanda de esa etapa inicial, de detener las actitudes y los mensajes que dividen y finalmente de actuar para que inicie el proceso de la aproximación. Esto solo se puede conseguir con el abandono por parte de todos del adjetivo que descalifica, con la disposición para escuchar al diferente y entender su posición, con la búsqueda de acuerdos, e incluso con el sacrificio de lo propio para construir por los demás. Estoy seguro de que somos muchos quienes estamos en esa disposición y que lo haremos.
Twitter: @JoseNarroR
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