El gobierno del presidente López Obrador está a 49 días de concluir. Ya habrá tiempo de hacer la evaluación correspondiente, pero una de las características que no podrán ser evadidas es el de la afectación de muchas de las instituciones y programas del gobierno. Esto vale para la salud en donde lo que queda es la huella de la destrucción y, por supuesto, el impresionante número de muertos y hogares afectados, al igual que muestras incomprensibles de grupos insensibles e indiferentes que han rayado en el cinismo.

La gestión gubernamental en el campo se destacó por los caprichos del presidente, por sus reiteradas muestras delirantes, su ánimo vengativo y por las incontables mentiras proferidas; por la incapacidad, la soberbia y la sumisión e indignidad de sus colaboradores. También, por el miedo y la actitud reprimida de muchos de los trabajadores de la salud, por la postura convenenciera de sus representantes y por el silencio cómplice de algunas instituciones.

Menuda tarea la del próximo gobierno. Lo que se encontrará es la prueba de que construir y consolidar instituciones y políticas públicas es complicado y toma años, pero destruirlas es más sencillo y de corto plazo. Cumplir con la encomienda no será fácil. El primer punto consiste en que el presidente deje gobernar a quien él escogió y la sociedad nacional refrendó. Claudia Sheinbaum tuvo el apoyo del 36 por ciento de la lista nominal, de 36 millones de votos y del 60 por ciento de quienes fueron a votar.

Por eso seremos muchos los que estaremos atentos a que, a partir del uno de octubre, quien entonces será expresidente deje de dictar y por supuesto decidir sobre la marcha del país, incluido el que no pretenda amenazar y chantajear con el tema que absurdamente el Congreso le aprobó: la revocación de mandato, que en su momento y de manera mañosa y sin sentido aparente, él se aplicó.

Uno de los buenos mensajes que ha enviado la virtual presidenta electa es el de algunas de las designaciones de quienes le acompañarán en la responsabilidad. Saber que están convocados a “hacer gobierno” gente como Juan Ramón de la Fuente, Rosaura Ruíz, Alicia Bárcena, Jesús Esteva o Julio Berdegué, es alentador sin duda alguna. El caso de la Secretaría de Salud forma parte de este grupo.

En efecto, el doctor David Kershenobich es un médico con prestigio grande y bien ganado. Él tiene la autoridad médica, profesional y moral para coordinar la tarea de reconstruir lo demolido. Para retomar el paso y articular los trabajos que permitan contar con un auténtico Servicio Nacional de Salud que brinde atención pública y privada de calidad homogénea para todos; que impida la quiebra de la economía familiar por los gastos catastróficos y limite el excesivo gasto de bolsillo.

Un Servicio que tenga los programas preventivos, de salud pública y regulación sanitaria que México merece; que cuente con financiamiento adecuado, fomente la excelencia en la formación de los profesionales de la salud y en la investigación. Uno digitalizado con información oportuna y con la tecnología apropiada; con abasto pleno y participación de los usuarios y los trabajadores en la marcha de los programas; que fomente las alianzas público-privadas y bien administrado y que rinda cuentas.

En pocas palabras, un Servicio Nacional de Salud que sea orgullo de nuestra sociedad, que mejore los niveles de salud de la población y que sea parte del progreso del país. Un Servicio que recupere la dignidad extraviada en el odio y la arrogancia.

Exrector de la UNAM. @JoseNarroR

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