Cuando se revisa con objetividad lo que pasa en México, queda un sentimiento de preocupación. En muchos de los indicadores básicos hemos retrocedido. La división ha llegado a niveles preocupantes. El encono y el resentimiento se han instalado en la conversación colectiva. El autoritarismo nos envuelve y el respeto a la división de poderes se ha extraviado. La democracia, las instituciones y el régimen de libertades han sido afectados. A los problemas de ayer y de siempre se han sumado algunos que creíamos superados y se registran otros que se instalan paulatinamente o que nos afectan abruptamente. El caso es que las cosas no marchan bien en el país.
Veamos un par de ejemplos. En primer término, los asuntos de la salud poblacional. Al hacerlo encontramos una tragedia. Lo primero que se debe recordar es que, en salud, los errores y omisiones de los responsables con frecuencia cuestan vidas. Por desgracia este es el caso y se trata, con datos del Inegi, de más de 800 mil muertes en exceso en los dos últimos años. Somos uno de los países peor calificados en este indicador.
Por supuesto que en parte se debe a la pandemia de Covid-19 que tomó al mundo por sorpresa. Pero también es el resultado, entre muchas otras razones, del pésimo manejo de ella; del desabasto que crearon las autoridades; de dejar sin atención a los pacientes con enfermedades crónicas; de supeditar la ciencia a la política y también por la arrogancia de las autoridades federales de salud. Lo más difícil de entender es su incapacidad para reconocer sus errores, corregir el rumbo y tomar en cuenta a los expertos.
Otro asunto que quiero referir es el relativo al proceso legislativo del Senado de la República, realizado la noche del 28 de abril y la madrugada siguiente. Se trató de un pésimo ejemplo que atenta contra el decoro de ese poder. De algo que no se debe repetir, porque vulnera la democracia, además de que falta el respeto a las minorías. Muchos pensábamos, equivocadamente, que esa forma tan desaseada de atender las instrucciones del presidente estaba desterrada.
En el paquete de casi dos docenas de iniciativas aprobadas por Morena y sus aliados, sin cumplir con la decencia y la normatividad, se aprobaron cambios que afectan la investigación en nuestro país y que perjudican a la UNAM, la principal fuente de investigación de nuestro país. Reitero lo que he dicho en numerosas oportunidades, las agresiones contra la Universidad Nacional tendrán respuesta. Confío en que, cuando la Suprema Corte revise la legalidad del proceso, revierta la determinación tomada por los senadores de Morena y los obligue a repetirlo.
Es verdad, hay poco que celebrar y mucho que lamentar. Frente a esa deplorable realidad debemos preguntarnos qué hacer desde la sociedad. Lo primero es entender que quienes nos gobiernan llegaron por la vía de la democracia y que de igual forma se deben ir. Esto implica reconocer el valor del voto y ejercerlo. El próximo 4 de junio habrá elecciones en Coahuila y el Estado de México. A quienes toca, deben acudir a las urnas. Se debe razonar el sentido del voto y comprender lo que está en juego. Hay que convencer a los jóvenes de 18 a 34 años que deben participar y hacer lo consecuente con los abstencionistas. Urge derrotar la apatía. En la próxima entrega retomaré el tema y me referiré a las elecciones del 2 de junio del año próximo.