Se han cumplido cuatro años del gobierno del presidente López Obrador y a menos de que suceda un milagro, no hay forma, por desgracia, de que los resultados de su gestión al termino de su mandato sean positivos. Lo anterior aplica lo mismo si se analizan los temas de seguridad que si la referencia es a la salud, la educación, el combate a la pobreza y la economía; al caso de la lucha contra el desapego al Estado de Derecho; al del empleo, las finanzas públicas, el fortalecimiento de la gobernanza o al de muchos otros espacios del quehacer público y la vida colectiva. Considero que la terrible polarización que se vive en el país es parte de lo peor de todo. Lo es porque se alienta todas las mañanas desde el poder, desde Palacio Nacional, por el propio presidente de México y debido a que en ese propósito ha tenido “éxito” y se ha generado un ánimo de enfrentamiento e intolerancia en nuestra sociedad.

Por una parte, el costo en vidas es horrendo. El número de homicidios superará por mucho, en cuatro años, al registrado durante todo el sexenio del presidente Calderón y representa ya el 85 por ciento del documentado en el periodo del presidente Peña, cuando todavía faltan dos años. De las desapariciones y la dolorosa imagen de las madres buscadoras, nos quedan solamente el inmenso dolor del luto no resuelto y la angustiosa esperanza pocas veces concretada. Es evidente que las estrategias que se han seguido, sea la de “abrazos, no balazos”, la de acusar a los criminales con sus madres o la de militarizar el país, han sido un rotundo fracaso que se debe corregir de inmediato.

El número total de defunciones es igualmente espantoso. De acuerdo con los registros del Inegi, las defunciones por todas las causas en el país entre 2013 y 2018 ascendieron a cuatro millones 24 mil 352 en tanto que las de los cuatro primeros años de este gobierno al terminar diciembre superarán fácilmente la cifra de tres millones novecientas mil. Esto representa que, a falta de un tercio de gobierno, alcanzan ya el 97 por ciento del sexenio anterior. Es verdad que en la pandemia de Covid-19 radica parte de la explicación, pero junto al mal manejo de esta, como lo demuestran todos los análisis internacionales, se deben incluir igualmente las pésimas decisiones en cuanto al abasto de medicamentos e insumos médicos, en materia de atención de las enfermedades no transmisibles y en otros campos de las políticas públicas y la atención de la salud. Lo dicho, en salud, los errores y las omisiones cuestan vidas.

Hemos comprobado de nueva cuenta que la entrega directa de ayudas económicas no resuelve por sí sola la pobreza y también que no hay sustituto a la puesta en práctica de políticas públicas que aseguren la existencia de buenos servicios de salud y educación para todos, al igual que de otras que estimulen la generación de empleo con prestaciones y salario justo. Solo de esta forma podremos estar en la posibilidad de derrotarla efectivamente. La lucha contra la corrupción ha sido probablemente la bandera insignia de este gobierno. Celebro que así sea, ya que se trata de uno de los grandes males de la sociedad. Lamento que el discurso y las buenas intenciones no tengan reflejo en la realidad. A juzgar por la tolerancia con los cercanos, por la carencia de casos que demuestren el compromiso en vez de la sed de revancha, y por la falta de método y de estrategia, se trata de otra tarea pendiente que ahora solo forma parte del reino de las ilusiones. Por ello es urgente pensar en lo que tendremos que hacer en los próximos años.

Ex Rector de la UNAM

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