En noviembre de 2018, el entonces presidente electo de México se comprometió a qué, a la mitad de su sexenio, el sistema público de salud sería “…como el de Canadá, como el de los países nórdicos…” En enero de 2020, él cambió el plazo en el que se contaría con el sistema y lo fijó para el uno de diciembre de ese año. Al no conseguir el propósito, cambió el tiempo y afinó el destino, al decir que a finales de 2021 se tendría un sistema como el de Dinamarca.

Frente a la incapacidad, el presidente tuvo que formular una nueva promesa para sustituir la anterior, todo para asegurar, primero, que sería en 2022 y más tarde que a finales de 2023. Por último, en septiembre del año pasado dijo que en marzo de 2024 el sistema de salud para la población sin seguridad social “…no va a ser como el de Dinamarca…el nuestro va a ser mejor que el de Dinamarca…” Es claro que el presidente no solo falló, también mintió y lo hizo de manera reiterada. Por supuesto que sus colaboradores, incapaces y mentirosos, son igualmente responsables, además de carecer de ética.

Cuando se trata de la salud de la población, los engaños y las ocurrencias, las omisiones y los errores, los proyectos sin presupuesto o los buenos deseos y el voluntarismo sin asidero en la realidad, generan frustración, malestar social y, peor aún, enfermedad, dolor y muerte evitables. Por desgracia todo ello ha resultado en una de las peores gestiones en la materia en nuestra historia. Las cifras no pueden ser más dolorosas.

Muchas son las expresiones de la incompetencia y la soberbia de las autoridades de salud, entre otras: la desaparición del seguro popular y su sustitución de manera improvisada por el Insabi, solo para que tres años más tarde lo desaparecieran por su inutilidad; el desastroso manejo de la pandemia de Covid-19; la arrogancia que mostraron para siquiera recibir y considerar los argumentos de seis ex secretarios de salud; el desabato de medicamentos e insumos para la salud; la afectación a los procesos de regulación sanitaria y un extendido listado de varios más.

Los resultados de lo anterior han quedado registrados en la disminución de cuatro años de esperanza de vida; en las 825 mil defunciones en exceso que contabilizó Inegi; en la evaluación internacional de México como uno de los países que peor manejaron la pandemia; en la privatización de facto de servicios de salud, como lo demuestran la carencia de acceso a los servicios y el desplome de las atenciones médicas en las instituciones públicas y su reemplazo por el sector privado; en la disminución de las coberturas de vacunación, y en muchos otros indicadores.

La verdad es que después de más de cinco años de gobierno, de casi 1,950 días llenos de mentiras y de daños, el supuesto viaje a Dinamarca ha sido, como muchos lo dijimos desde el principio, uno más de los timos y desatinos del gobierno de López Obrador. No se entendería que él y sus colaboradores puedan dormir tranquilos y vivir en paz. En otras condiciones, la indignación de la sociedad se hubiera desbordado y el gobierno hubiera sido obligado a enmendar el rumbo. Por desgracia y de forma abusiva, frente a una “sociedad anestesiada”, los únicos cambios registrados fueron la fecha de la patraña, el punto de llegada del embuste o la forma de plantear la quimera. Urge que las candidatas a la Presidencia se deslinden de esta atrocidad.

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