El 3 de octubre de 1921 se publicó el decreto de creación de la Secretaría de Educación Pública. Nos encontramos, pues, ante otro festejo centenario en ese 2021, que se suma a los quinientos años de Conquista y al bicentenario de la consumación de la Independencia.
Esa secretaría fue creada en un contexto muy adverso. En un país de quince millones de habitantes, menos del veinte por ciento de las niñas y de los niños tenían acceso a la escuela primaria. El resto de los niveles educativos eran prácticamente inexistentes. Cerca del setenta por ciento de la población era analfabeta. Resultaba urgente hacer algo, y por ello el presidente Álvaro Obregón erigió la SEP y designó a José Vasconcelos como su titular.
A cien años de distancia podemos darnos cuenta de que el esfuerzo iniciado a comienzos de la presidencia de Obregón ha rendido frutos. Hoy la cobertura en primaria es total. En secundaria prácticamente también. Y la educación media superior tiene una cobertura cercana al ochenta por ciento. Eso, además, en un país con una población inmensamente superior, pues supera los ciento veinticinco millones.
No obstante, lo cierto es que nos encontramos en una situación muy similar a la de hace cien años en cuanto a presencia de alumnos en las aulas, si solo tomamos en cuenta que hasta hace poco no había niñas o niños físicamente en los planteles educativos, como consecuencia de la pandemia. Claro, la enseñanza tenía lugar virtualmente, pero me refiero a la presencia en las escuelas.
La puesta en marcha de la misión educativa de Vasconcelos contó con muchos voluntarios, profesores improvisados que pusieron todo su empeño en combatir la ignorancia. A cien años podemos encontrar un paralelismo, pues miles de madres y padres de familia se volvieron docentes de la noche a la mañana, acompañando a sus hijas y a sus hijos en el proceso de aprendizaje, sin descuidar sus otras obligaciones.
La existencia de una secretaría que tomara decisiones sobre la educación no supuso, hace cien años, un centralismo total, puesto que los maestros adaptaron los lineamientos oficiales a las necesidades de las alumnas y de los alumnos. También en esto podemos encontrar un paralelismo actual. Como la Unesco ha puesto de manifiesto, la pandemia “nos mostró que la verdadera capacidad de respuesta e innovación reside en la iniciativa de los educadores que, junto con los padres y las comunidades, han encontrado en muchos casos soluciones ingeniosas y apropiadas al contexto” (La educación en el mundo tras la Covid, Unesco 2021).
Hoy, al igual que hace cien años, la educación es el medio más efectivo para superar todas las desigualdades. De cara al futuro, tiene el reto de sostener el proceso de incorporación del uso formativo de las TIC. En este desafío, la labor de las maestras y de los maestros resulta fundamental, como lo ha sido en estas diez décadas. Las TIC no son nada sin docentes. Y ellas y ellos han visto aumentado considerablemente su trabajo producto de la virtualización de la enseñanza. Sus horarios se han diluido, pero su salario no ha aumentado. Es claro que se requiere de un paquete de financiamiento para encarrilar la educación de la “generación Covid”. Por justicia éste no puede ser indiferente a los salarios docentes.
Académico investigador de la Universidad Panamericana.