Este año, la fotografía ganadora del World Press Photo es la imagen de la niña hondureña Yanela Sánchez , tomada en la frontera entre México y Estados Unidos, en junio de 2018. Su autor es el fotógrafo John Moore, varias veces participante en el WPP y también ganador del Premio Pulitzer. En la imagen, la pequeña llora mientras a su madre la catean los miembros de la patrulla fronteriza. Cuando eso sucedió, la administración Trump había penalizado la inmigración y acababa de instaurar un nuevo sistema de separación de familias. Lo que sucedió con esa fotografía es digno de recordarse.
Al final, Yanela y su madre, Sandra, no fueron separadas. Algo que ni el mismo fotógrafo supo, hasta un tiempo después. Pero miles de otras familias no corrieron con la misma suerte. Tan sólo de mayo a junio de ese año, más de 2,300 menores habían sido separados de sus padres, y meses después las autoridades confesaron que no habían logrado reunirlos a todos, e incluso habían perdido la pista de cientos de niños.
Pero el poder de la imagen es implacable, y de hecho, al menos en este caso, se cumplió lo que reza la manida expresión de que una imagen vale más que mil palabras. Frente a todo lo que se había escrito sobre la inhumana política migratoria de Trump, esa foto de Yanela volvió a la opinión pública, incluso la de algunos legisladores republicanos, contra el presidente. La revista Time publicó en su portada precisamente esa foto, en un montaje en el que aparecía Yanela llorando frente a la desproporcionada y atemorizante imagen de un Trump que le cerraba el paso. El escándalo fue tal, que apenas unos días después la Casa Blanca tuvo que dar marcha atrás en su política, anunciando que ya no separaría a las familias.
Fundado en 1955 y con sede en Amsterdam, el World Press Photo , una organización sin fines de lucro, tiene entre sus ganadores a autores que han detectado las situaciones más críticas de la sociedad. Como esa célebre imagen de Dorothy Counts, la primera adolescente negra que acudió a clases en Charlotte, Estados Unidos, tras la aprobación de la ley de no segregación en 1957, y en la que se ve cómo se burlan de ella sus compañeros blancos (también le arrojaban piedras). O la de un detenido en 2003 con una bolsa en la cabeza y cables en manos y pies, en Abu Graib.
El año pasado, la foto ganadora fue la del manifestante venezolano ardiendo en llamas, que también le dio la vuelta al mundo. En la muestra de este año, la catástrofe humanitaria que vive ese país está también presente, con una colección del fotógrafo Alejandro Cegarra, que cubre de 2013 a 2018. Entre imágenes de violencia, caos y
desabasto, una de las fotos más difíciles de presenciar es la de un hombre, Rubén Zamora, sentado en su cama con toda su dignidad, pese a encontrarse prácticamente en los huesos. Zamora había perdido 20 kilos en tres meses, porque el centro de acogida en el que vivía se había quedado sin comida. La ficha nos hace saber que el hombre murió tan solo dos días después de que se tomara el retrato.
Una buena parte de la exhibición (que puede ser vista hasta el 15 de septiembre en el Museo Franz Mayer ) muestra el drama de los migrantes, pero no sólo los de la frontera México-Estados Unidos, sino de quienes quieren alcanzar Europa desde las costas africanas.
Las fotografías del guerrerense Yael Martínez ilustran lo que se vive en localidades en las que el estado ha sido rebasado por la violencia, como Metlatónoc, de donde es oriundo. La esposa de Yael ha perdido a tres de sus hermanos. Sus imágenes son intimistas: muestran la humilde casa de su familia, a su hija jugando, o el momento en que el abuelo llora al recordar a sus tres nietos. Detrás de esas lágrimas, que son icónicas, está el llanto de decenas de miles de personas que han perdido a sus seres queridos en nuestro país.
Del otro lado del mundo, en Chad, vemos la estampa de un huérfano que camina al lado de un muro con pintas de ametralladoras y lanzagranadas. Algunos niños o adolescentes pintaron esa pared, y lo que se les ocurrió plasmar fueron armas, porque es lo que está grabado en el imaginario colectivo de esa nación. El fotógrafo capta el momento en que un niño pasa por ahí, y resulta que había perdido a sus padres por la utilización de esas armas. Es el poder simbólico de una imagen.
En esas comunidades rurales, cercanas al lago Chad, opera Boko Haram, el grupo yihadista famoso por el secuestro de 230 niñas en Nigeria, en 2014. Ahí estuvo la mirada del italiano Marco Gualazzini, observando a esas personas, sus sueños y sus desventuras. En su colección aparece una mujer, casi adolescente, que fue raptada por el grupo yihadista y logró escapar. Está amamantando al bebé que tuvo con su secuestrador. Aparece también Ababakar Mbomi, un activista antiyihad que muestra las cicatrices de las balas que le dejó Boko Haram cuando secuestró a su esposa.
Pero quizá la imagen más estremecedora sea la de Halima Adam. La vemos poniéndose las piernas (prótesis), pues cuando tenía 15 años fue drogada y atada a un dispositivo suicida por ese grupo radical, que la obligó a explotarlo en la ciudad de Bol, junto a otras dos niñas. Los explosivos de éstas detonaron pero no el de ella.
Otra fotografía que no se puede dejar de comentar es la del portugués Mário Cruz. En ella vemos a un niño pepenador tomando una siesta en un colchón tirado sobre miles de restos de basura, que flotan sobre el río Pasig, en Filipinas. En ese río hay 63 mil toneladas de plástico, tanto que se puede caminar en ciertas áreas del mismo… o tomar una siesta.
Las imágenes de todas estas personas vulnerables, violentadas, están aquí reunidas, impactándonos, haciendo imposible voltear a otro lado, “creando más conciencia”, como dice una de las juezas de WPP. Sin temor a equivocarse, se puede decir que uno no sale el mismo después de ver la exposición.
La fotografía que más llamó mi atención es la imagen de Angelina, una ex guerrillera de las FARC, ahora desmovilizada por el tratado de paz, captada por la francoespañola Catalina Martin-Chico. Angelina se toma un instante para verse a través de un espejo y maquillarse. Retoca su belleza, defiende su feminidad y realza su condición humana en medio de ese entorno de violencia y marginación.
Hay imágenes que nos ponen, inevitablemente, frente a lo peor de la naturaleza humana, y nos hacen preguntarnos cómo hemos llegado a estos niveles de barbarie. Pero también nos recuerdan que hay alguien detrás del lente, alguien que estuvo ahí en el momento exacto, y que tomó esa instantánea, para que fuera un testigo de lo que somos, pero también de lo que podemos llegar a ser.
Por cada colegiala de color a la que arrojaban piedras había alguien que la veía a través de un lente, para que su imagen sirviera de caja de resonancia. Ciertas imágenes, en momentos específicos, pueden lograr transformaciones. Pueden hacernos pensar más que algunos textos. Hemos leído mucho sobre Boko Haram, pero aquí tenemos las imágenes precisas de algunas de sus víctimas. Observamos sus rostros, sus cicatrices. Y en algunas ocasiones, como en la foto de la pequeña Yanela, las imágenes también pueden contribuir directamente al cambio.
Analista de política internacional.