En tan solo cuatro días de este mes, China mandó sobrevolar los alrededores del espacio aéreo de Taiwán, con una cantidad de aviones militares que hizo sonar las alarmas en diferentes capitales, empezando por Taipei, por supuesto, pero siguiendo con Washington, Tokio, Seúl e incluso Canberra. En cuatro días, 149 aviones se desplegaron muy cerca de la antigua isla de Formosa, algunos de ellos con capacidad de transportar ojivas nucleares, constituyendo la mayor afrenta en 40 años del gigante asiático hacia la que denomina su “provincia rebelde”.

Aunque las incursiones chinas sobre las cercanías de Taiwán son una constante (en 2020, en plena pandemia, hubo 380), esta vez la amenaza es más directa y tiene lugar en el contexto de un reacomodo estratégico. Se da cuando el presidente Joe Biden acaba de identificar claramente a China como el principal opositor de Estados Unidos. Sucede en medio de la nueva alianza que acaban de establecer ese país y el Reino Unido, el llamado Aukus, para suministrar a Australia submarinos de propulsión nuclear, con el objetivo precisamente de contrarrestar el cada vez mayor poderío naval chino. Y sucede, también, a muy poco tiempo de que Estados Unidos diera muestras de debilidad al operar de manera desastrosa la retirada de Afganistán.

Se da, por último, en el momento en que Xi Jinping, el líder chino, ha endurecido su retórica nacionalista y está decidido a exhibir, primero para consumo interno y después al mundo entero, que ya es una potencia que puede hacer frente militarmente a Estados Unidos. Entre otras muchas muestras de fuerza en los últimos meses, por ejemplo, Pekín realizó hace días una prueba con un misil hipersónico, del que aún se desconoce si sus enemigos podrían tener capacidad de contrarrestar.

Pero, ¿qué puede realmente suceder en Taiwán? ¿Las nuevas dos superpotencias nucleares entrarán en un conflicto de alcances incalculables? Para algunos expertos esto se da por descontado, si no ahora, en los años por venir.

“Medidas no pacíficas”

El gigante asiático cuenta con una ley “antisecesión” que le permite recurrir a “medidas no pacíficas” si Taiwán intenta separarse de China continental. Estados Unidos también está obligado a defender a Taiwán en caso de ataque, pues tiene que responder ante sus aliados. El cóctel que se está armando es tan explosivo, que el semanario británico The Economist nombró a Taiwán “el lugar más peligroso de la Tierra” en un texto que señala que si la Séptima Flota (de Estados Unidos en el Pacífico) no respondiera ante un ataque, “China se convertiría de la noche a la mañana en la potencia dominante en Asia y los aliados de Estados Unidos en todo el mundo sabrían que no pueden contar con él: la Pax Americana se derrumbaría”.

Hay que recordar cómo se llegó al Taiwán moderno: cuando los revolucionarios de Mao se hicieron con el territorio continental, los nacionalistas de Chiang Kai-Shek se refugiaron en la isla, llamándola República de China, nombre que mantiene hasta nuestros días, además de la denominación de Taiwán o China Taipei. Desde entonces, los comunistas llamaron a su país República Popular de China, y tomaron a Taiwán como un territorio en rebeldía que debe ser reunificado.

Por su parte, en Taiwán soplan de cuando en cuando vientos de independencia, que se olvidan en el momento en que los políticos recuerdan que al menor intento de hacer esa proclamación, recibirían la inexorable invasión de su colosal vecino.

Frágil equilibrio

Algunos analistas están esperando el “punto de inflexión”: el momento en que China supere militarmente a Estados Unidos. Otros sostienen que altos estratos castrenses en este último país preferirían que se desencadene la contienda antes de que eso suceda. Los editores de The Economist recuerdan que China lleva 25 años preparando la invasión a Taiwán, y que en los últimos cinco ha construido 90 grandes buques y submarinos, “entre cuatro y cinco veces más que los que tiene Estados Unidos en el Pacífico occidental”, aparte de que “construye más de 100 aviones de combate avanzados por año, ha desplegado armas espaciales y está dotada de misiles de precisión que pueden alcanzar Taiwán, los buques de la armada estadounidense y las bases americanas en Japón, Corea del Sur y Guam”. Cita los simuladores de guerra que lleva a cabo el Pentágono y la Corporación RAND en los que solía ganar Estados Unidos ante China en una guerra por Taiwán, pero en los que hoy pierde “en tan solo días o semanas”.

En un extenso y sesudo artículo de Foreign Affairs titulado “Por qué Pekín podría recurrir a la fuerza”, Oriana Skylar Mastro expone los preparativos que China lleva años realizando: planeación de ataques con misiles y aviones para destruir las defensas de Taiwán; el bloqueo tanto naval como cibernético a la isla; los ataques aéreos y con misiles contra las fuerzas estadounidenses desplegadas en las cercanías; y el desembarco anfibio apoyado por bombarderos. “Ni los esfuerzos de Estados Unidos por hacer más resistentes sus bases regionales ni los sistemas de defensa antimisiles de Taiwán son rivales para los misiles balísticos y de crucero de China, que son los más avanzados del mundo”, asegura, y cita a Lonnie Henley, un oficial de inteligencia, diciendo que las fuerzas estadounidenses podrían brindar ayuda a los taiwaneses “en goteo de suministros, pero no mucho más”. Dan Coats, exdirector de inteligencia, testificó que “el armamento de China podría destruir las bases estadounidenses en el Pacífico occidental en cuestión de días”.

La otra estrategia que podría llevar a cabo Pekín es la del aumento paulatino de las agresiones, para observar el tamaño de la reacción de Washington en cada punto, tomando en cuenta que la opinión en ese país está, más que nunca, en un franco activismo contra las guerras lejanas y onerosas. La posibilidad de que en Estados Unidos se quiera evitar una guerra a toda costa (lo que le daría una gran ventaja a China), por cuestiones de bloqueo político, es una posibilidad que Xi querría evaluar.

¿Hay un escudo de silicio?

Por supuesto que China terminaría aislada internacionalmente ante un desembarco (ocho de sus 10 principales socios comerciales son democracias y casi el 60% de sus exportaciones se dirigen a Estados Unidos y sus aliados), amén del descomunal quebranto económico que le supondría el involucramiento en una titánica guerra en pleno siglo XXI.

Se cita mucho la dependencia china a la potencia que supone Taiwán para la industria de los semiconductores, indispensables para todo tipo de bienes (desde autos hasta computadoras, videojuegos, electrodomésticos, teléfonos inteligentes, paneles solares, aviones, instrumental médico y mil etcéteras), y que en nuestros días son tan insuficientes. Craig Addison, autor del libro Silicon Shield: Taiwan’s Protection Against Chinese Attack, acuñó el término de “escudo de silicio”, argumentando que Pekín no se atreverá a atacar a Taipei mientras tenga esa dependencia de los microchips.

“El escudo de silicio es parecido al concepto de DMA (destrucción mutua asegurada) de la guerra fría, porque cualquier acción militar en el estrecho de Taiwán sería tan dañina para China como para Taiwán y Estados Unidos”, afirma Addison. Sin embargo, los altos dirigentes del partido, así como el propio Xi, quizá no se dejen llevar por cálculos económicos en esto que para ellos es un asunto nacionalista y de soberanía, además del anhelo de convertirse de una buena vez en hiperpotencia, como analiza Oriana Skylar, según sus conversaciones con mandos militares chinos. Tan es así, que la autora arriba a una inquietante conclusión: “una vez que China tenga la capacidad militar para resolver el tema de Taiwán, Xi podría encontrar políticamente insostenible no hacerlo”.

Es probable que la tensión siga en aumento y hay una posibilidad de que, en una situación tan tensa, se desaten escaramuzas que puedan escalar. Los ejercicios militares de uno y otro lado podrían ser interpretados como intentos de ataques sorpresa. Otro especialista, David Sacks, escribe que “el riesgo de una crisis proviene menos de la posibilidad de una invasión inmediata que de un error de cálculo que se convierta en mortal, como una decisión de violar el espacio aéreo soberano de Taiwán que provoque el derribo de sus aviones” y que provoque una escalada (aunque es probable que en algún momento lo que busque la República Popular sea justamente provocar ese “accidente”). Sacks recuerda que en sus tiempos de vicepresidente, Joe Biden le dijo a Xi Jinping que “solo había una cosa peor que una guerra, y eso era una guerra involuntaria”.

Hong Kong: tus barbas a remojar

A finales de 2017 hice un viaje a Taiwán, invitado por una de sus cámaras industriales. Lo que más me impresionó al hablar con diversas personas sobre cómo veían el futuro con China, fue que la mayoría se mostraba de acuerdo con una unificación pacífica en un incierto futuro. Eso fue hace más de cuatro años, cuando todavía China trataba de enamorar a los taiwaneses con sus inmensos avances en materia económica, para tratar de provocar una unión concertada. Hoy, después de las amenazas, los isleños se sienten mucho menos inclinados a aceptar cualquier intento de unificación, como señalan las encuestas, y si faltara un dato para convencerlos solo tienen que voltear a ver a Hong Kong y la forma en que China aplastó las protestas a favor de la democracia.

Al final, es posible que no se desencadene ninguna guerra y que se mantenga el status quo durante mucho tiempo, puesto que Estados Unidos no se puede dar el lujo de perder a Taiwán, dadas las inmensas implicaciones geopolíticas, así que tendrá que reforzar sus defensas en el Pacífico, llegando a un punto en el que, como en la guerra fría del siglo pasado, no sea viable un ataque entre las dos superpotencias. Pero, cuidado, si se juega con fuego, los accidentes pueden suceder.

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