Aunque hace ya varios años que Finlandia no encabeza el ranking educativo, muchos se quedaron con esa idea. Pero todavía hay lecciones provenientes de ese país.
Tarde o temprano los alumnos y los maestros volverán a encontrarse físicamente y continuarán con el proceso educativo más o menos como lo conocíamos antes de la pandemia. Hoy que es día del maestro vale la pena hacer unas reflexiones de cómo está la educación en el mundo y hacia dónde podríamos transitar.
Aunque hace ya muchos años que Finlandia no encabeza el ranking de los países con los mejores sistemas educativos, según la prueba PISA, muchas personas siguen pensando que así es. Tal vez sientan depresión de saber que México consistentemente reprueba en PISA (por ejemplo, solo el 1% de los estudiantes posee un alto nivel de competencia en matemáticas), y no quieren saber más al respecto. Pero hay muchas lecciones procedentes de ese país nórdico y de los nuevos campeones mundiales en educación.
Finlandia llegó a encabezar la lista, y eso en su momento fue noticia a nivel global. ¿Cómo era posible que un país tan pequeño (menos de 6 millones de habitantes), que hasta hace unas décadas había sido muy pobre, le ganara a las grandes potencias, que pueden destinar grandes recursos a la educación? Su sistema se volvió aspiracional. Muchos de los modelos pedagógicos supuestamente vanguardistas eran desmentidos en las aulas finlandesas: en ellas se acude a la escuela mucho menos horas que en otros países; no le dan tanta importancia a los exámenes; casi no hay tareas, y es un sistema que no se basa en la competencia, sino en proteger la individualidad y la estabilidad emocional de los alumnos.
Dadas estas características, el hecho de que Finlandia encabezara todos los rankings, era motivo de júbilo. Con ello se demostraba que había vencido el humanismo contra los sistemas ultracompetitivos, propios, por ejemplo, de un país como Estados Unidos, en donde si los alumnos no vencen en todo (los deportes son el ejemplo más concreto), no son valorados (la Unión Americana sale siempre mal evaluada en PISA, por cierto). Pero, oh decepción, Finlandia dejó de ser número uno, y su lugar lo han ido tomando los países asiáticos, quienes desde hace muchos años ganan en absolutamente todo.
En 2015 Singapur ganó en las tres pruebas: matemáticas, ciencias y lectura (la prueba PISA es cada tres años y los resultados se dan a conocer un año después). En 2012 había sido también Singapur el país ganador, teniendo a Hong Kong y Taiwán como segundo y tercer lugares. China continental no había participado, pero en 2018, cuando por fin lo hizo, arrasó con cada una de las evaluaciones y se situó en un indiscutible primer lugar. Cierto, no se calificaron más que cuatro regiones (las más ricas del país: Pekín, Shanghái, Jiangsu y Zhejiang), pero el sistema educativo chino ya venía sorprendiendo desde años atrás.
Después de China continental, en la última prueba Pisa están, en ese orden, Singapur, Macao, Hong Kong, Estonia y Finlandia. Y aquí se impone un análisis para ver qué es lo que tienen en común todos estos países, y en qué se distinguen.
Primero lo que los une: todos ellos, tanto asiáticos como europeos, tienen un sistema que premia a los mejores maestros, no solo en el ámbito académico sino en el social. Tanto en China como en Hong Kong y Finlandia, los maestros mejor calificados son los que el sistema depara para el aula, especialmente para dar clases a niños de primaria. Son altamente valorados y respetados por la sociedad. Para llegar a estar frente a un grupo tienen que pasar exigentes y continuos exámenes de oposición (quizá aquí haya algo que aprender en México, después de una nueva reforma educativa que echó para atrás la evaluación de los profesores, por un tema que desecha toda lógica para imponer una ideología).
Pero si las altas calificaciones de los maestros (comprobadas, por los exámenes de oposición) es lo que une a todos los países del top ten en educación, analicemos ahora lo que separa a todos los ganadores.
Por un lado están los países asiáticos, y por otro los europeos (Estonia y Finlandia). ¿Qué los hace diferentes? Los primeros tienen modelos educativos basados en una exagerada exigencia académica. Esto es una externalidad negativa que ya está siendo analizada de manera crítica, puesto que son muy conocidos los casos de niños de primaria con problemas nerviosos, y los suicidios entre adolescentes (el 93% de los suicidios de jóvenes en China, en 2014, investigados por el mismo gobierno, estaban relacionados con el rendimiento escolar). Aquí hay que agregar a Japón y Corea del Sur, que también están entre los diez primeros, y que comparten esta desafortunada externalidad.
Los alumnos chinos suman 55 horas a la semana de estudio, muy por arriba del promedio de la OCDE, de 44. “Todos los padres sufren por no poder dejar que sus hijos disfruten de la infancia”, escribe la periodista china Lenora Chu, autora del libro Pequeños soldados, sobre el sistema educativo de su nación. “Pero al mismo tiempo saben que los demás niños están aprendiendo muchísimas cosas y que hay una enorme presión competitiva”, así que no pueden dejarlos simplemente disfrutar de la vida, “bajo la amenaza de que no logren ingresar a las siguientes etapas educativas”.
Otros investigadores, Xu Zhao, Robert Selman y Helen Haste, afirman en un estudio titulado Estrés académico en las escuelas chinas que el sistema produce “graduados con puntuaciones altas, habilidades bajas y salud débil”. En China, Corea y Japón ya se está tomando conciencia de esto, y se esperan reformas al respecto, pero pueden tardar años y hasta décadas. Mientras eso sucede, quizá Finlandia siga siendo el faro en el que nos podemos guiar, puesto que su sistema es todo lo contrario.
Como hemos dicho, ese país nórdico se fomenta la solidaridad entre pares y la cooperación. Se reconocen las diferencias entre los alumnos. Para el profesorado es esencial que ningún alumno se quede atrás. Si eso sucede, se atiende de manera especial a quienes se rezagan. Apenas unos días antes de que se dieran a conocer los resultados de PISA 2018, se anunció en ese país que su nuevo currículum educativo permitiría hasta cierto punto a los estudiantes elegir lo que quieren estudiar. No dejan de evolucionar sobre la línea del empoderamiento a los educandos. A pesar de haber caído en el ranking, Finlandia sigue siendo el país mejor calificado de Europa (con excepción solo de Estonia, de 1.5 millones de habitantes, que lo superó por algunos cuantos puntos), e incluso de todo el hemisferio occidental. Y por mucho.
El sistema finlandés tendría, entonces, lo mejor de los dos mundos. Sus alumnos están extraordinariamente preparados en lo académico sin tener que sufrir las torturas de sus colegas asiáticos, ni perder la oportunidad única de vivir su infancia, como niños que son. Los estudiantes en países como Corea, Hong Kong o Japón llegan en ocasiones a las 10 de la noche a sus casas, después de jornadas extenuantes de clases adicionales, teniendo apenas una hora al día para el juego libre, que también es esencial para la formación.
Pasi Sahlberg, figura prominente del sistema educativo finlandés y autor del libro Finnish Lessons 2.0 What can the World Learn from Educational Change in Finland, explicó por qué en su opinión su país ha bajado en las listas. Una explicación es su sistema humanista de acogida: hasta el 20% de los pupilos no nacieron ahí, y la gran mayoría de ellos no habla el idioma.
Otra de las razones es que en realidad no se preocupan mucho por los rankings. “Muchos de los países de la OCDE han alineado sus políticas educativas, sistemas de exámenes y asignaturas en preparación para la prueba PISA”, algo que no está en el radar de Finlandia. “PISA no se ve aquí como un disparador para las reformas educativas –indica–. Hace unos años el Ministerio de Educación lanzó un programa para mejorar la educación primaria y secundaria inferior, que incluía una pedagogía todavía más centrada en el alumno, más actividad física y más tecnología en las aulas. La mejor manera de abordar el rendimiento educativo insuficiente no es elevar los estándares o aumentar el tiempo de instrucción o tareas, sino hacer de la escuela un lugar más interesante y agradable para todos”.
El país nórdico ya no está en los primeros sitios, aunque el décimo lugar en el mundo no es nada desdeñable. El precio que pagan los sistemas educativos que sí están en los cinco primeros lugares es enorme y potencialmente tóxico para los niños y jóvenes. Tomando todo esto en consideración y puestos a escoger, yo me quedo con ese sistema, y me adhiero a la vieja idea, que por buenas razones parece no querer morir, de que “Finlandia es el país con el mejor sistema educativo del mundo”. Ojalá aprendiéramos algo.
Aunque hace ya muchos años que Finlandia no encabeza el ranking de los países con los mejores sistemas educativos, según la prueba PISA, muchas personas siguen pensando que así es. Tal vez sientan depresión de saber que México consistentemente reprueba en PISA (por ejemplo, solo el 1% de los estudiantes posee un alto nivel de competencia en matemáticas), y no quieren saber más al respecto. Pero hay muchas lecciones procedentes de ese país nórdico y de los nuevos campeones mundiales en educación.
Finlandia llegó a encabezar la lista, y eso en su momento fue noticia a nivel global. ¿Cómo era posible que un país tan pequeño (menos de 6 millones de habitantes), que hasta hace unas décadas había sido muy pobre, le ganara a las grandes potencias, que pueden destinar grandes recursos a la educación? Su sistema se volvió aspiracional. Muchos de los modelos pedagógicos supuestamente vanguardistas eran desmentidos en las aulas finlandesas: en ellas se acude a la escuela mucho menos horas que en otros países; no le dan tanta importancia a los exámenes; casi no hay tareas, y es un sistema que no se basa en la competencia, sino en proteger la individualidad y la estabilidad emocional de los alumnos.
Dadas estas características, el hecho de que Finlandia encabezara todos los rankings, era motivo de júbilo. Con ello se demostraba que había vencido el humanismo contra los sistemas ultracompetitivos, propios, por ejemplo, de un país como Estados Unidos, en donde si los alumnos no vencen en todo (los deportes son el ejemplo más concreto), no son valorados (la Unión Americana sale siempre mal evaluada en PISA, por cierto). Pero, oh decepción, Finlandia dejó de ser número uno, y su lugar lo han ido tomando los países asiáticos, quienes desde hace muchos años ganan en absolutamente todo.
En 2015 Singapur ganó en las tres pruebas: matemáticas, ciencias y lectura (la prueba PISA es cada tres años y los resultados se dan a conocer un año después). En 2012 había sido también Singapur el país ganador, teniendo a Hong Kong y Taiwán como segundo y tercer lugares. China continental no había participado, pero en 2018, cuando por fin lo hizo, arrasó con cada una de las evaluaciones y se situó en un indiscutible primer lugar. Cierto, no se calificaron más que cuatro regiones (las más ricas del país: Pekín, Shanghái, Jiangsu y Zhejiang), pero el sistema educativo chino ya venía sorprendiendo desde años atrás.
Después de China continental, en la última prueba Pisa están, en ese orden, Singapur, Macao, Hong Kong, Estonia y Finlandia. Y aquí se impone un análisis para ver qué es lo que tienen en común todos estos países, y en qué se distinguen.
Primero lo que los une: todos ellos, tanto asiáticos como europeos, tienen un sistema que premia a los mejores maestros, no solo en el ámbito académico sino en el social. Tanto en China como en Hong Kong y Finlandia, los maestros mejor calificados son los que el sistema depara para el aula, especialmente para dar clases a niños de primaria. Son altamente valorados y respetados por la sociedad. Para llegar a estar frente a un grupo tienen que pasar exigentes y continuos exámenes de oposición (quizá aquí haya algo que aprender en México, después de una nueva reforma educativa que echó para atrás la evaluación de los profesores, por un tema que desecha toda lógica para imponer una ideología).
Pero si las altas calificaciones de los maestros (comprobadas, por los exámenes de oposición) es lo que une a todos los países del top ten en educación, analicemos ahora lo que separa a todos los ganadores.
Por un lado están los países asiáticos, y por otro los europeos (Estonia y Finlandia). ¿Qué los hace diferentes? Los primeros tienen modelos educativos basados en una exagerada exigencia académica. Esto es una externalidad negativa que ya está siendo analizada de manera crítica, puesto que son muy conocidos los casos de niños de primaria con problemas nerviosos, y los suicidios entre adolescentes (el 93% de los suicidios de jóvenes en China, en 2014, investigados por el mismo gobierno, estaban relacionados con el rendimiento escolar). Aquí hay que agregar a Japón y Corea del Sur, que también están entre los diez primeros, y que comparten esta desafortunada externalidad.
Los alumnos chinos suman 55 horas a la semana de estudio, muy por arriba del promedio de la OCDE, de 44. “Todos los padres sufren por no poder dejar que sus hijos disfruten de la infancia”, escribe la periodista china Lenora Chu, autora del libro Pequeños soldados, sobre el sistema educativo de su nación. “Pero al mismo tiempo saben que los demás niños están aprendiendo muchísimas cosas y que hay una enorme presión competitiva”, así que no pueden dejarlos simplemente disfrutar de la vida, “bajo la amenaza de que no logren ingresar a las siguientes etapas educativas”.
Otros investigadores, Xu Zhao, Robert Selman y Helen Haste, afirman en un estudio titulado Estrés académico en las escuelas chinas que el sistema produce “graduados con puntuaciones altas, habilidades bajas y salud débil”. En China, Corea y Japón ya se está tomando conciencia de esto, y se esperan reformas al respecto, pero pueden tardar años y hasta décadas. Mientras eso sucede, quizá Finlandia siga siendo el faro en el que nos podemos guiar, puesto que su sistema es todo lo contrario.
Como hemos dicho, ese país nórdico se fomenta la solidaridad entre pares y la cooperación. Se reconocen las diferencias entre los alumnos. Para el profesorado es esencial que ningún alumno se quede atrás. Si eso sucede, se atiende de manera especial a quienes se rezagan. Apenas unos días antes de que se dieran a conocer los resultados de PISA 2018, se anunció en ese país que su nuevo currículum educativo permitiría hasta cierto punto a los estudiantes elegir lo que quieren estudiar. No dejan de evolucionar sobre la línea del empoderamiento a los educandos. A pesar de haber caído en el ranking, Finlandia sigue siendo el país mejor calificado de Europa (con excepción solo de Estonia, de 1.5 millones de habitantes, que lo superó por algunos cuantos puntos), e incluso de todo el hemisferio occidental. Y por mucho.
El sistema finlandés tendría, entonces, lo mejor de los dos mundos. Sus alumnos están extraordinariamente preparados en lo académico sin tener que sufrir las torturas de sus colegas asiáticos, ni perder la oportunidad única de vivir su infancia, como niños que son. Los estudiantes en países como Corea, Hong Kong o Japón llegan en ocasiones a las 10 de la noche a sus casas, después de jornadas extenuantes de clases adicionales, teniendo apenas una hora al día para el juego libre, que también es esencial para la formación.
Pasi Sahlberg, figura prominente del sistema educativo finlandés y autor del libro Finnish Lessons 2.0 What can the World Learn from Educational Change in Finland, explicó por qué en su opinión su país ha bajado en las listas. Una explicación es su sistema humanista de acogida: hasta el 20% de los pupilos no nacieron ahí, y la gran mayoría de ellos no habla el idioma.
Otra de las razones es que en realidad no se preocupan mucho por los rankings. “Muchos de los países de la OCDE han alineado sus políticas educativas, sistemas de exámenes y asignaturas en preparación para la prueba PISA”, algo que no está en el radar de Finlandia. “PISA no se ve aquí como un disparador para las reformas educativas –indica–. Hace unos años el Ministerio de Educación lanzó un programa para mejorar la educación primaria y secundaria inferior, que incluía una pedagogía todavía más centrada en el alumno, más actividad física y más tecnología en las aulas. La mejor manera de abordar el rendimiento educativo insuficiente no es elevar los estándares o aumentar el tiempo de instrucción o tareas, sino hacer de la escuela un lugar más interesante y agradable para todos”.
El país nórdico ya no está en los primeros sitios, aunque el décimo lugar en el mundo no es nada desdeñable. El precio que pagan los sistemas educativos que sí están en los cinco primeros lugares es enorme y potencialmente tóxico para los niños y jóvenes. Tomando todo esto en consideración y puestos a escoger, yo me quedo con ese sistema, y me adhiero a la vieja idea, que por buenas razones parece no querer morir, de que “Finlandia es el país con el mejor sistema educativo del mundo”. Ojalá aprendiéramos algo.