Hace cinco años escribí un texto que retomaba el título de la novela de Stieg Larsson, que en el sueco original es Män som hatar kvinnor, o sea, Hombres que odian mujeres. Es un relato que nos va metiendo poco a poco en un mundo oscuro y opresivo en el que se impone la misoginia más extrema, hasta que nos sentimos asfixiados, como esas mujeres vejadas y asesinadas.
Aunque lo novelado por Larsson es ficción, lamentablemente en la realidad hay innumerables historias similares, que erizan la piel y que deben algún día ser erradicadas de la faz de la tierra. En esa ocasión comenté el caso de la violación grupal en Delhi en 2012, que entonces acababa de suceder y que terminó por convertirse en un hito en la lucha contra la violencia hacia la mujer en India.
En un día de diciembre de ese año, Jiothy Singh, una estudiante de 23 años de medicina fue brutalmente violada y asesinada por cinco individuos. El caso estremeció a todo el subcontinente y al mundo entero. Decenas de miles de personas salieron a las calles, indignadas, no solo en Delhi sino en varias ciudades. Las protestas duraron un mes y lograron cambios en las leyes. Sin embargo, los casos continúan sucediendo.
Hoy en México, Chile y otros países de Latinoamérica y el mundo las mujeres han levantado la voz para desafiar a un sistema que permite que sucedan casos como el de Abril Pérez Sagaón, en el que los jueces dejan libre a su pareja después de su asesinato, siendo que la había casi matado a batazos con anterioridad. Los colectivos feministas han calificado lo que sucede en México (10 feminicidios al día) como una epidemia. Lamentablemente es un fenómeno global. Estamos ante una pandemia.
Jyoti Singh venía de ver “La vida de Pi” con un amigo y se subió a un camión, en donde cinco sujetos golpearon a su acompañante hasta dejarlo inconsciente y se turnaron para violarla, después de haberla penetrado de manera brutal con un objeto de hierro. La joven murió 13 días después por las heridas. Leslee Udwin, cineasta británica, realizó un documental sobre el caso, “India’s Daugters”. En su búsqueda de los porqués, llegó al extremo de entrevistar a los perpetradores. “Los horripilantes detalles de la violación me hicieron pensar que iba a encontrarme con monstruos dementes. Pero la verdad fue mucho más atroz –confesó más tarde–. Eran hombres que parecían normales y no tenían nada fuera de lo común”. Hannah Arendt y la banalidad del mal vienen a la memoria.
Mukesh Singh, uno de los participantes en la violación masiva, estuvo horas ante las cámaras de la cineasta… y en ningún momento expresó arrepentimiento. “Una mujer decente no deambula a las 9 de la noche –dijo–. Una mujer es mucho más responsable de una violación que un hombre”. Udwin entrevistó también a los abogados de los asesinos y se topó con la misma mentalidad: justificaban el hecho porque una mujer, según ellos, no debe salir sola o con un hombre en la noche. La coreografía del colectivo feminista chileno canta: “y la culpa no era mía ni dónde estaba ni cómo vestía”.
“India’s Daugters” es un documental difícil de ver. “El trabajo doméstico es para las mujeres, no andar circulando por bares en la noche, haciendo cosas equivocadas, usando la ropa inadecuada”, continuó el violador. Luego dijo que la gente “tiene derecho a darles una lección”, y que cuando la joven era violada debió haberlo aceptado. "Cuando la violaban no tendría que haber luchado en su defensa. Tendría que haber permanecido en silencio y permitir la violación. Si lo hubiera hecho entonces la habrían dejado ir después de ‘hacérselo’ y sólo hubieran golpeado al varón”, afirmó.
“Sería más fácil digerir estos crímenes atroces si quienes los cometieran fueran monstruos, hombres de naturaleza aberrante”, expresó Udwin, ante la BBC. “Mi encuentro con Singh y cuatro de los otros violadores me dejó con una sensación como si mi alma hubiera sido zambullida en alquitrán y no hubiera producto de limpieza en este mundo que pudiera eliminar la mancha”.
Pero su trabajo no estaba concluido. Siguió indagando las causas últimas de tanto odio, de tanto salvajismo. Así que entrevistó a otro violador, pero esta vez el de una niña de cinco años, llamado Gaurav. “Pasé tres horas filmando mientras él contaba a detalle cómo había sofocado sus gritos con su mano”. En un momento le pidió que le dijera hasta dónde le llegaba la niña, y él se levantó y le indicó que le llegaba a la altura de sus rodillas. Le preguntó cómo era posible que dañara a un ser tan pequeño, y le respondió que “era una pordiosera”, y por lo tanto “su vida no valía nada”.
“Estos crímenes contra mujeres son parte de la historia –abundó la cineasta y activista–, pero la historia completa empieza desde el momento en que una niña no es tan bienvenida como un varón cuando nace. Cuando se restringen sus movimientos y se limitan su libertad y sus opciones. Cuando es enviada a casa de su marido como una esclava doméstica”.
Hoy, años después, otro crimen de esa magnitud llegó a los titulares del mundo y provocó de nuevo revueltas multitudinarias. El pasado noviembre una joven veterinaria de Hyderabad se iba a subir a su bicicleta cuando se dio cuenta que las llantas estaban ponchadas. Dos hombres se ofrecieron a ayudarla, pero ella desconfió, porque había otros hombres cerca, observando. Llamó a su hermana para informarle de la situación, pero ya era tarde: 48 horas después la encontraron debajo de un puente. Habían abusado de ella y le habían quemado el 70% de su cuerpo.
La policía arrestó a cuatro sujetos y, en un giro bizarro del caso, cuando los llevó a la escena del crimen para hacer una reconstrucción intentaron huir y fueron abatidos (en otras ocasiones las autoridades han sido acusadas de ejecuciones extrajudiciales). La gente se reunió y le empezó a arrojar flores a los policías, llamándolos héroes, lo que demuestra que entre mucha gente sigue siendo imposible distinguir la noción civilizatoria de justicia con la primitiva venganza. Pero llama la atención la similitud de los casos.
Un informe del World Population Review sitúa a Sudáfrica como el país con mayor incidencia de violaciones, con el escalofriante número de 132 casos por cada 100 mil habitantes. Le siguen tres países africanos (Bostwana, 92; Lesotho, 82 y Swazilandia, 77) y uno caribeño, Bermuda (67). Suecia aparece en el sexto lugar, aunque al parecer esa incidencia tiene que ver con el sistema burocrático sueco, que obliga a contabilizar cada violación, incluso si ésta se ha cometido durante años. Costa Rica y Nicaragua están por arriba de los 30 casos por cada 100 mil habitantes, y México se encuentra en el lugar número 30, con 13 (Estados Unidos, 27; Perú, 23; Israel, 17; Corea del Sur, 13). Todo esto, hay que decir, son los casos que se denuncian, que son minoritarios.
Leslee Udwin afirma que algo la llenó de esperanza: las marchas de mujeres y hombres que reclamaron cambios en las leyes, lográndolas. “A pesar de lo duro que fue para mí enfrentar este desafío psicológico de mirar en lo más oscuro del corazón humano, lo que me inspiró a seguir fueron estos ‘nuevos pensadores’, en especial los más jóvenes, que quieren que las cosas cambien, y lo reclaman a gritos. Soy optimista de que estamos en la cúspide de la transformación”, subrayó.
El performance de los colectivos de mujeres con la tonada de “el violador eres tú” ha sido replicado en muchos rincones del mundo. Ha estremecido a muchas conciencias. Ante la pandemia que padecemos, quisiéramos decir con Udwin que estamos en el principio del cambio.
Analista de política internacional.