A Jill Stein le gritan en la calle preguntándole qué siente de haber contribuido “personalmente” a que Donald Trump se hiciera con la presidencia en 2016, pero ella, en lugar de darse cuenta de la dimensión trágica que ha jugado en la historia reciente de Estados Unidos… se jacta de eso.

Para Stein, una ultraizquierdista de cepa que milita en el partido verde y quien se ha presentado a dos elecciones federales sabiendo que no tiene ninguna oportunidad de ganar pero sí de restarle votos al partido demócrata, no existe nada realmente impoluto más que su movimiento. Todo lo demás parece estar mancillado o, como escribió recientemente Thom Hartmann para The New Republic, “no hay demócratas lo suficientemente limpios, puros o virginales para Stein, quien incluso ha atacado a Bernie Sanders por ser un ‘miembro de Washington’, y lo ha llamado ‘corrupto’”.

Incluso la muy izquierdista Alexandria Ocasio-Cortez dijo de ella que era “una figura depredadora que explota las comprensibles quejas de los votantes”.

Tal vez a la doctora Stein le parezcan menos contrarios a sus principios los republicanos MAGA (Make America Great Again), ciegamente fieles a Trump, muchos de los cuales han hablado bien de ella, impulsando su candidatura, pues evidentemente no quieren que se retire de la contienda. Los republicanos han dado donativos a su campaña, que ha sido apoyada por un buen número de abogados que representan a políticos republicanos para que aparezca en la boleta en diferentes estados (incluso David Duke, ex líder del KKK, en un guiño macabro, dijo que la apoyaría). ¿De dónde viene tanto fervor de la derecha por alguien como Stein, que se sitúa en las antípodas ideológicas?

Stein ha sugerido que una victoria de Trump podría servir a la causa de la izquierda. “Es triste decirlo”, sentenció, “pero bajo los demócratas el movimiento contra la guerra se queda dormido”. No parece tener remordimiento alguno en ayudar a entregarle las elecciones de este año otra vez al empresario, el mismo candidato que cada vez más académicos, historiadores y expertos coinciden en que es un fascista en potencia, por lo que esta votación no se parece a ninguna otra. Stein sigue sin inmutarse. Incluso cuando sus propios cercanos, sus mismos hijos, le piden que tenga un poco de perspectiva histórica y al menos se retire de la contienda en los estados péndulo, los que van a decidir al ganador.

Existe consenso en que, en efecto, su candidatura fue una de las razones que contribuyeron a la derrota de Hillary Clinton en 2016, pues la activista obtuvo apenas 1% del voto popular, pero suficiente para afectar el resultado en estados determinantes como Michigan, Wisconsin y Pensilvania. En esas circunscripciones, la diferencia entre Clinton y Trump fue tan pequeña, de tan sólo unos miles de votos, que las papeletas que se fueron al partido verde (de la misma familia política de los progresistas) pudieron haber cambiado el curso de la historia.

No todos los votos del partido verde se hubieran ido automáticamente al partido demócrata, por supuesto, pero con que un pequeño porcentaje de ellos hubiera llegado a Clinton, el resultado habría sido que Donald Trump no llegara a la Casa Blanca.

Cruzada antidemócrata

La postulante del partido verde le dijo a Newsweek hace unos días que los datos sugieren que este año los demócratas van a perder en esos estados bisagra, “debido al apoyo de los votantes a terceros partidos”. Su cruzada, entonces, es contra los demócratas más que contra los republicanos. La causa de esta virulenta animadversión ante el partido que representa los intereses progresistas es la campaña militar que sigue Israel en Gaza y ahora en Líbano. La candidata verde no ha mostrado la capacidad analítica necesaria para reparar en que el presidente Biden, si bien ha apoyado a Tel Aviv (como es obligado que haga cualquier presidente de Estados Unidos, so pena de sucumbir en las urnas), es el único dique que resta para al menos intentar moderar a Netanyahu y a su camarilla de ultraderecha.

En ciudades como Dearborn, Michigan, donde hay una enorme población musulmana, la candidata es una invitada regular. Es ahí donde cientos e incluso miles de jóvenes protestan desde hace meses en contra de la guerra y corean consignas como “Palestina será libre del río al mar” (sin detectar que en esas palabras se puede esconder también un lenguaje de apología al genocidio).

En Michigan, a finales de agosto el 40% de los electores musulmanes estaban por la opción verde, mientras que Trump se llevaba un 18% y Harris un 12%. En 2016 Donald se llevó ese estado con un margen de 10,700 votos: el 0.23%.

Stein lleva mucha ventaja entre la comunidad musulmana también en Wisconsin, Georgia, Pensilvania y Arizona, todos estados péndulo. “Han sido los estadounidenses musulmanes los que han hecho suya esta campaña”, comentó Stein, sin notar que Donald Trump sería para la causa palestina un duro golpe, uno que quizá eliminaría de una vez por todas las esperanzas de que Estados Unidos patrocine una vía para los dos estados, que es lo que siempre persiguen los demócratas. Trump, en cambio, impulsó en su presidencia los Acuerdos de Abraham, que favorecieron la normalización de relaciones entre Israel y varios estados musulmanes, sin hacer más concesión a los palestinos que un plan que ellos rechazaron por “humillante”.

Donald Trump sería mucho más consecuente con Netanyahu, a quien le ha dicho que le dejaría “hacer lo que necesite”. En otras palabras, seguir atacando a Líbano y quizás a Irán, y continuar en Gaza hasta el final, quizás incluso con una ocupación permanente (su célebre yerno, Jared Kushner, empresario de bienes raíces de altísimo poder adquisitivo, tuvo la indecencia de decir que los terrenos de Gaza que dan al mar se podrían valorar mucho en un futuro). Trump se quejó, además, de que Biden estaba tratando de restringir al primer ministro israelí, “cuando debería de hacer todo lo contrario”. Pero nada de esto hace mella en las convicciones de Jill Stein.

“Lo que le falta es integridad”

Stein está en contra del sistema bipartidista que gobierna la política estadounidense. Suena bien. Es una causa que parece noble y democrática. Mientras más partidos haya, más opciones tendrán los electores. Nada que objetarle a la señora Stein excepto un detalle: que podría seguir haciendo campaña sin necesidad de obstruir la carrera de Harris y, sobre todo, facilitar el arribo de un segundo mandato trumpista.

Lo único que necesita para no convertir a su causa en algo odioso para la mayoría de los izquierdistas de su país es no presentarse en los seis estados clave, o llamar a sus simpatizantes a que voten ahí por los demócratas. Es lo que hicieron otras figuras de su partido.

Hartmann, quien ha sido durante muchos años presentador de programas de radio y televisión, señala que David Cobb, un ambientalista tejano que se presentó por el partido verde en 2004, fue un habitual de su show durante esa campaña pero, sabiendo que no tenía oportunidad alguna de ganar la presidencia, tuvo la decencia de pedir a sus votantes de los estados bisagra que votaran por John Kerry en lugar de hacerlo por él, algo que se conoció como la “estrategia de los estados seguros”. “Se negó a hacer campaña o incluso a aparecer en esos estados, una declaración de gran integridad y verdadero patriotismo”, recuerda.

Lo que tantos quisieran hacer entender a Stein es que, si hay alguien en esta contienda cuya presidencia sea proclive a las políticas progresistas, esa es Kamala Harris. Y que su sola presencia en las boletas en estados clave puede significar una vez más el triunfo de un hombre que ha prometido cerrar la frontera, deportar a millones de migrantes; permitir que los federales detengan a sospechosos de serlo; aplicar aranceles sin importar los tratados comerciales; renegociar hostilmente el T-MEC; bajar de manera radical los impuestos a los ricos; abandonar a Ucrania a su suerte y “dejar a Putin que haga lo que quiera con sus aliados” si no “pagan”; construir “enormes centros de detención” (¿campos de concentración?) y tal vez volver a separar a las familias; dejar de considerar ciudadanos a los hijos de migrantes nacidos en el país y retirarles los servicios; nombrar decenas de miles de cargos de mandos medios incondicionales a él para que ahora nadie bloquee sus iniciativas; utilizar la venganza como política; invadir México para atacar a los cárteles; quitarle poder a las agencias independientes del gobierno; derogar las normas para reducir los gases de efecto invernadero, etcétera, etcétera. A ese candidato, que en un segundo periodo sería muy distinto a lo que fue en su presidencia anterior, con mucho más poder destructivo de las instituciones, a ese político es a quien Jill Stein puede abrirle las puertas una vez más en este año, de forma indirecta pero determinante.

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